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Columna

Amado Nervo, el poeta de la nostalgia

EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA

    Ante la profundidad de la ausencia de lo que siempre estará, pero ya no está, el sentimiento llega en borbotones para derramarse en una inspiración, por lo cual su entrañable amigo, también literato universal, le llamaría; “El fraile de la suprema y celeste angustia”.

    La tragedia se cierne sobre Amado Nervo desde los inicios de su vida, cuando a la edad nueve años su padre, teniendo que emigrar hacia el estado de Michoacán, a la localidad de Jacona, donde él iniciaría sus primeros estudios en el colegio de San Luis. El misticismo de su espíritu juvenil lo condujo a ingresar al seminario de Zamora, pero desgracias familiares lo llevaron a dejar esta vocación para atender las necesidades de su familia.

    De regreso a su tierra natal, Tepic, encaminó sus primeros pasos como colaborador en el periodismo, Primero en esta ciudad de Mazatlán, en el diario El Correo de la tarde, después emigro a la ciudad de México, donde siguió su vocación literaria y en 1900 se trasladó a París como corresponsal del periódico El Imparcial.

    Aun sin haber continuado sus estudios eclesiásticos, siempre conservó un interno espíritu lleno de misticismo, aunque con el paso de los años este haya evolucionado.

    Fue en París donde conoció a Ana Cecilia Luisa Daillez, quien se convertiría en la compañera de su vida en la última etapa de su vida y cuya partida de este mundo en 1912 le dejaría una nostálgica huella hasta el final de su existencia.

    En el mundo de la diplomacia, tanto en Argentina, como en Uruguay, convivió con poetas latinoamericanos, donde sobresale Rubén Darío

    Durante su estancia en París, al convivir con otros poetas de varias tendencias, se alejó de su misticismo original, pero al ser enviado a Latinoamérica, continuando su misión diplomática, en concreto a Montevideo, la convivencia con Zorrilla de San Martín lo guió a un nuevo acercamiento con sus orígenes católicos.

    Sin duda a pesar de su adaptación, en su obra, a nuevas tendencias literarias vigentes en la época, siempre estaría presente su mexicanidad y un rasgo a resaltar siempre estaría presente, el de la influencia de sus orígenes, con sus tragedias personales, a pesar de irlas superando.

    Al final, la irreparable pérdida de su querida esposa, lo marcaría en sus años postreros, escudriñando con su inspiración el misterio del binomio vida y muerte.

    A su esposa, después de su muerte, una obra, publicada cuando el poeta ya no estaba en este mundo, titulada, La amada inmóvil.

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