Ángeles del camino

EL OCTAVO DÍA
    “Inicia la Semana Mayor, así que hablemos un poco de temas místicos, desde un punto de vista cultural y personal”.

    Inicia la Semana Mayor, así que hablemos un poco de temas místicos, desde un punto de vista cultural y personal.

    Hay un poema de don Víctor Sandoval donde se queja de que, mientras más se hace viejo uno, el Ángel de la Guarda se aleja cada vez más del puente.

    ¿Saben a qué me refiero? A la antigua estampa de los dos niños caminando por un puente bajo la atenta protección de un ángel.

    En la recámara donde dormían antes los niños católicos, había una litografía del Ángel de la Guarda y previo al acto de dormir era común rezar: “Ángel de la Guarda / dulce compañía / no me desampares / ni de noche ni de día”.

    Yo aprendí cuando llegué a vivir a mi colonia -que en ese tiempo era más un rancho con hombres a caballo a las afueras de la ciudad, leche bronca y gente idem, bien maltratadora- que, si ibas caminando por una vereda por el monte, debías tomar muchas precauciones.

    Si, teníamos a la mano un monte grande y peligroso, hoy una serie de centros comerciales y estacionamientos, y a la hora de salir con tu rifle de postas o resortera, si veías en la tierra las huellas sesgadas de una culebra que hubiese pasado antes, había que borrarlas con el pie porque si no, no pasaba tras nosotros nuestro Ángel de la Guarda...

    Eso me lo dijeron mis amigos vecinos que venían del campo y tenían una religiosidad diferente a la que yo vivía en la doctrina en la Capilla de San José. Les di crédito porque su experiencia de vida me ganaba porque, aunque nunca habían ido a las Tres Islas o a las pirámides de Teotihuacán, sabían sembrar con arado, montar en burro y asistido a muchos funerales.

    Uno de ellos me dijo que nos ponen el nombre según el santo del día, porque dicho santo es el que “nos jondea” desde una nube para venir a la tierra y por eso debemos llevar ese nombre, por más feo que fuera, para agradecerle así ese pequeño favor celestial.

    Qué bueno que yo nací el Día de San Juan de Dios. Pero volvamos al Ángel y la serpiente.

    No dejé de preguntarme qué tan posible sería que un ángel pudiese detenerse por la simple huella de una serpiente en el camino, aunque recordé que en el Génesis, su poder maléfico ya se estaba anunciando cuando la serpiente mal aconseja a Eva y Jehová coloca sus Ángeles a cuidar el paraíso perdido.

    Crecí bajo otra fe religiosa y llevé el agnosticismo típico de la juventud rebelde, pero jamás sentí rechazo a dichos simbolismos. De hecho, los católicos de la familia practicaban su fe sin tanta presencia de iconografías y rituales, algo válido, me han dicho conocedores de la Iglesia.

    Muchos, muchos años después, estando en África me tocó dormir una noche en una casa de piedra, donde mis amigos beduinos no pusieron la alfombra de siempre, ese tapete estilo persa que llevaban enrollado a la vera del camello y extendían con orgullo a la hora de acampar.

    Recorríamos una zona profunda del Sáhara que, de tan inhóspita, no había animales venenosos.

    Pero ahora me dijeron que estábamos en un área cercana al Río Níger, en la que sí había serpientes y escorpiones y, aunque íbamos a dormir en un lugar seguro, ahí no colocaron los tapetes porque, al día siguiente, así se podrían notar las huellas de esos bichos y ver a dónde y por dónde se había metido al recorrer el sitio por la noche.

    ¡Sabia y previsora costumbre! Al día siguiente les comenté mi experiencia de niño con los Ángeles y huellas de serpientes y me dijeron que ellos hacían lo mismo. Los musulmanes también creen y respetan a los ángeles; de hecho, El Corán le fue dictado a Mahoma por el Arcángel Gabriel.

    No tuve ningún percance serio en ese viaje, era más joven, sin hijos y atrevido. Pero ahora que veo el Google Earth y me doy cuenta los páramos por los que anduve, lejos de hospitales o aeropuertos, no me queda duda que un Ángel cabalgaba a mi lado.

    Quizás era el mismo que caminaba junto a mí por el monte vecino al antiguo rancho de La Papalota, hoy Fraccionamiento Alameda.

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