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Columna

Bartolomé Esteban en la sala y en la memoria

EL OCTAVO DÍA

    ¿Hay algún cuadro o imagen que en su infancia a usted le provocara extrañas emociones? ¿Iba de visita con su abuelos y otros parientes y se entretenía mirando el decorado, mientras los adultos hablaban cosas incomprensibles y usted guardaba silencio, sin necesidad de un celular para detener el aburrimiento?

    Eran tiempos en que los teléfonos se usaban solo para acortar distancias y no alargar conversaciones. Por eso sonaban muy poco, estaban en un rincón y casi siempre eran de color negro porque eran un asunto para diálogos formales o malas noticias. Un niño de visita en casa ajena debía entretenerse con su cerebro en ausencia de congéneres contemporáneos.

    En los años 70, a principios, estaba muy de moda en ciertas casas unas reproducciones de los cuadros de don Bartolomé Esteban Murillo... Murillo, arcangélico artista que nos dejó imágenes luminosas como la Inmaculada Concepción, patrona de Mazatlán, y algunos cuadros un poco oscuros, de escenas callejeras de niños expósitos del Madrid de la pobreza.

    Personalmente a mí me daban cierta inquietud, incluso miedo, esas escenas y a esas son a las que me refiero.

    Los niños, lo hemos olvidado muchos a excepción de los sicólogos, vuelven físicas las sensaciones que algunos objetos o ideas despiertan en su cerebro y por eso, de repente, se incomodan o sienten ascos repentinos, a la manera de las embarazadas ante cosas que los adultos ya tienen procesadas.

    Cuando me quedaba a dormir en casa de una de mis tías o me levantaba temprano allá y me iba a leer a la sala, una imagen de Murillo que adornaba su sala me provocaba extrañas perturbaciones interiores, ya que yo era bastante niño.

    Le perdí el miedo cuando doña Coty, la abuela de mis primos, me dijo de broma que eran realmente eran ellos los que posaban en esa imagen y, con el tiempo, hasta les hallé parecido, aunque eran niños jugando a los dados y compartiendo mendrugos, que yo creí que eran huesos de mango.

    “Niños jugando a los dados” es el nombre de ese cuadro cuyo original está en la Pinacoteca de Múnich. Otra imagen similar estaba en casa de otros de mis familiares, donde ahí si no me gustaba dormir, porque se me hacia su casa de noche muy sombría, a pesar de la buena vibra y excelente humor de todos lo que ahí vivieron.

    No fui el único traumado con las pinturas de payasos tristes y de niños goyescos. Un amigo me confiesa que se asustaba con una cenaduría por el rumbo de la Cervecería que tenia varios de esos póster de niños llorones y chamagosos, puestos en madera y bañados de barniz.

    Condicionado por la clientela, el grueso de la producción de Murillo es de obras de carácter religioso con destino a iglesias y conventos sevillanos, los que menciono son solo 25 cuadros de género y casi todos ellos proceden de fuera de España, lo que induce a pensar que fueron pintados por encargo de algunos de los comerciantes flamencos asentados en Sevilla, clientes también de pinturas religiosas.

    Aunque sus protagonistas son habitualmente niños mendigos o de familias humildes, pobremente vestidos e incluso harapientos, sus figuras transmiten siempre optimismo pues el pintor busca el momento feliz del juego o de la merienda a la que se entregan divertidos.

    Aún así, a mí despertaban raras ensoñaciones que -sospecho- fueron las que me iniciaron en los misterios del arte. Mi museo invisible, como decía André Malraux.

    En los años 70, a principios, estaba muy de moda en ciertas casas unas reproducciones de los cuadros de don Bartolomé Esteban Murillo... Murillo, arcangélico artista que nos dejó imágenes luminosas como la Inmaculada Concepción, patrona de Mazatlán, y algunos cuadros un poco oscuros, de escenas callejeras de niños expósitos del Madrid de la pobreza.
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