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Columna

Breve historia de una maravilla

EL OCTAVO DÍA
28/08/2022 08:50

    ¿Cuál de las siete maravillas es tu favorita? La más popular son las pirámides de Egipto porque aún se mantienen erigidas. Las demás, las conocemos solo por relatos o cuadros dudosos, como los de Gustavo Doré, quien vivió en la Francia de Napoleón III y, por su culpa y su chamba de ilustrador de Biblias, nos imaginamos hoy a la Edad de Bronce como una serie interminable de templos y palacios neoclásicos donde los judíos escenificaron hasta el drama más mínimo.

    Jamás he conocido un jardinero que le diga que le gustan los jardines colgantes de Babilonia... y deberían ser hoy muy populares por ser pioneros de la arborizacion de zonas desérticas. A mí, en cambio, desde muy pequeño me ha fascinado el Coloso de Rodas.

    Incontables son las maravillas del mundo, nos proclama el coro de Antígona, pero de las siete maravillas del mundo, el Coloso de Rodas es única y a la vez, muchas otras.

    Es la maravilla hecha por el hombre que menos tiempo duró ergida y la que más impactó al mundo helénico en su calidad de ruina... Caer desde lo más alto es la más inesperada forma de ascender; así el Coloso, quien crece más cada día en la memoria, en la imaginación, en el arte.

    Doce años tardó en concluirse. Medía 70 codos, casi la misma altura de la señorita Libertad, quien hoy levanta su mano en la bahía de Nueva York, como versión modernizada del viejo coloso.

    El Coloso era el símbolo de Apolo, dios de la belleza, las música, la poesía y el sol. Desde Rodas, iluminaba al mundo helénico.

    Imaginemos. Sonidos de batalla. Tambores, golpes de hierro. El gigante de Rodas costó trescientos talentos que se consiguieron gracias a las máquinas de guerra abandonadas por el rey Demetrio en el asedio de Rodas, ya que no pudo conquistarla y los vencedores hicieron de ella un botín glorioso... Algo similar a lo que haría Napoleón, que mandó fundir sus cañones capturados en la Batalla de Austerlitz para su columna en Place Vendome, París.

    El coloso no duró ni un siglo. Después de 66 años, en el año 226 antes de Cristo, un terremoto lo postró, pero incluso yacente, el Coloso era un milagro, así lo testifica Plinio el Viejo, en su Historia natural, luego de pasearse, maravillado, por sus ruinas: “Pocos pueden abarcar el pulgar con los brazos, sus dedos eran más grandes que la mayoría de las estatuas que tenían marfil. El vacío de sus miembros rotos se asemeja a grandes cavernas. En el interior se ven magnas rocas, con cuyo peso habían estabilizado su constitución”.

    Los habitantes de Rodas decidieron dejarlo acostado en el mismo lugar, pues un oráculo aseguró que el derribo de la estatua había sido voluntad de los dioses. Y así quedaron los restos de la estatua durante novecientos años aproximadamente, hasta que en el año 650 D. C., los musulmanes se apoderaron del bronce como botín en una de sus incursiones. Un judío de Edesa compró el bronce y dijo haber necesitado 900 camellos para cargarlo.

    Rodas participó en el sitio de Troya, según nos cuenta Homero en La Iliada, y gracias a otro sitio del que fue víctima y vencedora, construyó su coloso.

    La primera ópera inglesa de la que tenemos noticia se llama “El sitio de Rodas”. Lamentablemente no nos queda ni un aria o fragmento de partitura pero ahí están unos impresionantes bocetos de su escenografía. A veces lo más frágil en el arte es lo que vive y sobrevive invisible a los siglos, como el Coloso de Rodas.

    A propósito, los habitantes de Rodas fueron un tiempo conocidos como “colosenses”. Cuando San Pablo en sus epístolas del Nuevo Testamento predica a la iglesia establecida por los colosenses, en realidad se refiere a los habitantes de la isla de Rodas.

    Hasta para darle forma al cristianismo, estos ambiciosos isleños fueron visionarios.