Cómo amamos las diferentes etapas del matrimonio
Voy a comenzar con algo que no es mío, copio y pego, me gustó por gráfico, romántico y significativo, profundo y futurista, propio de una mujer, ya que solemos ver muy adelante en futuro.
Al casarse, mi madre obsequió a mi padre una semilla de durazno envuelta como regalo. Mi progenitor la sembró con mucho cuidado en el patio de nuestra casa. La semilla germinó en un hermoso árbol, vino luego la floración de bellos matices y, llegado el momento, aromáticos, deliciosos y nutritivos duraznos.
El árbol hubo de pasar por las pruebas de la naturaleza como heladas, ventiscas y algunas plagas, por las que decayó: pero mis padres, con esforzadas atenciones, lo rescataron y volvieron a la vida, para seguir dando frutos. Lo mismo hacían con su matrimonio.
Ahora, tras cumplir sus Bodas de Oro, al igual que con su amor, siguen cuidando su árbol preservando su añeja existencia. Sus hijos hemos reconocido que ese árbol frutal tiene un «además», en el que se pueden interpretar las verdades profundas de su matrimonio, las cuales manifiesta mi padre, al tararear una vieja canción, que dedica a mi madre de manera muy especial uno de sus versos, que dice: «Corazones partidos yo no los quiero. Cuando yo doy el mío, lo doy entero« Y el árbol de durazno nos cuenta una historia de un amor, de un amor pleno y total.
Cuando mi madre le dio a mi padre la semilla, en realidad le dio todo lo que la semilla sería cuando se desarrollara. Si le hubiera dicho que el árbol lo tendrían solo por un tiempo, y luego cambiaría por otra planta, o se reservaba para si los duraznos cuando estos se dieran, su don no hubiera sido una entrega total.
No debía ser así, pues la semilla, el árbol, las flores y las frutas, son en esencia lo mismo, solo que en fases diferentes.... Te entrego mi amor, como la simiente de lo que es y lo que será.
La simiente de su amor, recibió los cuidados de la unidad e indisolubilidad de un amor fiel y fecundo, por lo que felizmente llegaron los hijos. Los aceptaron y educaron como lo más natural: así como ocurre en el caso de la semilla, el árbol, las flores y la fruta; amor conyugal, matrimonio, fecundidad y familia en esencia son lo mismo, solo que en fases diferentes. El árbol ha crecido, ha dado sombra y en sus ramas han anidado pajarillos.
Testimonio que propone hoy la terapeuta de pareja y familiar Orfa Astorga
Bueno en Psicología y Orientación familiar nos enseñan que hay cinco etapas del amor entre cónyuges, es decir los que decidieron por el matrimonio, que los que no, ya tienen en mente que no dura para mucho.
Resulta que el amor es un proceso químico, es un estado emocional casi indescriptible, los expertos tienen claro que la relación puede dividirse en fases que se repinten siempre, pero cada una dura según cada matrimonio no todos iguales, depende de la madurez el temperamento, la educación la historia y etcéteras.
Estar enamorados es una sensación maravillosa. Te sientes feliz la vida es rosa y nos dan cuerda las novelas, las películas, las canciones y todo lo que nos recuerde a esa persona, es como el paraíso al que aspiramos todos para siempre, lo malo es que no es gratis hay que trabajar para lograr que dure para siempre, lo cierto es que es un proceso químico en el que segregamos dopamina y endorfinas hormonas que producen sensación de bienestar y natural puede volverse adictivo y buscar por otro lado cuando baja en la relación que se está, ¿cuánto dura? Cada pareja tiene sus tiempos, como dije, no se puede poner fecha de caducidad al enamoramiento más o menos la etapa inicial de la euforia entre dos y cuatro años. Hay que entender que no se puede vivir en la euforia para siempre, ni quien lo soporte, a menos que sea adición y entonces es vicio.
Como decía, el cerebro libera dopamina, oxitócica, serotonina, testosterona y estrógenos que producen esa sensación de “Felices para siempre”, pero nubla la entendedera y no vemos mucho, idealizamos a la otra persona e imaginamos un futuro maravilloso juntos.
La segunda fase es formar pareja donde la relación se afianza y conocemos más a la otra persona, -comenzamos a ver mejor-.
La tercera fase o etapa es la clave, una prueba de fuego para muchos: la “desilusión” empiezan a molestar gestos, modos, actitudes, etcétera de la otra persona, nos sentimos menos queridos, incluso atrapados, se junta muchas veces con la etapa de crianza que es tan demandante en los hijos y descuidamos al cónyuge especialmente el varón que se supone es adulto y se vale por sí mismo, en definitiva la llama se apaga, si estas son las condiciones, porque quien está sobre aviso lo tiene en cuenta para no dejar que suceda.
Es el momento clave para fortalecer una relación duradera y verdadera, cuando esta se basa en la realidad no la proyección ideal imaginada.
Superado eso, la cuarta consiste en consolidar ese amor, ya conocemos el lado malo del otro, las debilidades de la relación, empieza la aceptación y el esfuerzo mutuo por cuidar el vínculo, se comprenden, se cuidan y apoyan.
La quinta etapa, algo así como el poder de dos para cambiar el mundo, ya no hay discusiones sinsentido y se alcanza el amor real, abordan los problemas que afectan sus vidas e intentan solucionarlos juntos, caminan de la mano. Lo que habría que procurar es llegar a esto antes de la ancianidad y poder disfrutar todo el tiempo que quede en buena salud.