"Con el rock tatuado"
En el Culiacán de los 70 esta era la imagen de un rockero: vestía pantalón acampanado, suecos, playera justa, collares y traía el cabello al estilo afro. Su actitud era contestataria, ponía una barrera ante los demás en un decir "soy diferente y no me molestes. No voy a ser condescendiente".
Su nombre, Alejandro Mojica, quien tenía un compromiso real, una actitud que lo hacía sentir único. Buscaba fama,
tener un público que le aplaudiera sus canciones en los grupos La Gavilla, Praxis, Las Trompetillas de Jericó y
Mahagony.
En ese tiempo o se era cumbiero o rockero. Él decidió ser lo segundo, hermanado con una generación que hacía y escuchaba cierta música. Así participaba en un movimiento de ruptura, de libertades individuales.
"Los rockeros de esa época teníamos una actitud, era como ser contestatario.
Había una barrera porque al ser rockero eras diferente, era decir no me molestes, no voy a ser condescendiente.
Ahora es chistoso verlos con una imagen fresa. Se ha perdido el compromiso", dice quien ahora viste un pantalón de mezclilla y una camisa de algodón.
"¿Qué buscábamos?, lo que queríamos era ser famosos, tocar, tener esa libertad que te da el impulso eléctrico.
El hecho de sentir una guitarra que dé un buen sonido, es algo que todavía me sigue dando. Vivía para la música,
practicaba 12 horas diarias la guitarra, me clavé mucho".
Terreno árido Cargados de sueños, de ideales, con instrumentos musicales prestados, sin espacios, ni público en esa época, a los jóvenes lo que los movía era sólo la necesidad de expresión.
"Realmente no había un público para lo que hacíamos. Estábamos solos, cuando tocábamos iban nuestros amigos. Nosotros hacíamos todo, hasta los pósters. Era maratónico, pero queríamos expresarnos", recuerda.
"Llegábamos a cualquier lugar sin pedir permiso y nos poníamos a tocar, en la Isla de Orabá, La Mutualista, El
Parque Revolución. Ahora que veo los espacios que hay y los públicos, digo qué envidia, porque hubo veces que
hasta pagábamos nosotros por tocar".
A 35 años de distancia, Mojica analiza lo vivido y se encuentra con un espejismo. Porque para seguir adelante por una causa perdida como ésta, ellos se la tenían que creer.
"Sabíamos que era una causa perdida. Imaginábamos que teníamos a un gran auditorio, pero no era así. Eso
fue sólo una época que me tocó vivir, una etapa formativa, nada de un gran movimiento, de hecho no hay registro
de lo que se hizo", comenta. "No había muchos grupos. Y de pronto la música disco empezó a sonar muy fuerte y la mayoría de los rockeros terminaron tocando en bares. Había una apatía por el rock, éramos automarginados,
nos veían como ingenuos porque lo que hacíamos era como un salto al vacío".
Pasado detonador
Su mamá y papá eran pintores. Nació en Jalisco, pero desde los 8 años radica en Culiacán. Su niñez estuvo infl uenciada por la beatlemanía. Desde los 16 años empezó a tocar la guitarra y formó parte de un grupo de su colonia, pero un hecho marcó su vida en el rock.
"Una ocasión miré cómo se quemó una casa, de ahí salieron unos hippies riéndose cuando aquello ardía. Se me
hizo suave el hecho, además que uno de ellos traía una guitarra eléctrica azul, que brillaba, nunca las había mirado.
Me impresionó y dije 'yo quiero formar parte de esa banda'", agrega. Esa imagen se quedó en su memoria.
Quería ser músico, y en los 70 invitó a su hermano Magdaleno, César Peña y Sergio Araujo a formar La Gavilla;
tocaban temas de Los Beatles y Rolling Stones, en fi estas. Después se unió a Praxis con una propuesta rockera.
A partir de un rock ópera de David Valderrama que se llamó Quetzalcóatl empezó a musicalizar poemas del mismo
autor y de Benigno Aispuro.
Fundó el trío Las Trompetillas de Jericó. Quería seguir en los escenarios y en los 80 estuvo en Mahagony.
Ahí, junto a Víctor González y Javier Zazueta empezaron a tocar en hoyos funkies del DF. El rock estaba
vetado. Se mantenían grupos como El Tri y Ritmo Peligroso.
"Nosotros teníamos muchas ganas de triunfar y como no había espacios, sólo estábamos en lugares depresivos.
Fue doblemente difícil al ser un grupo de fuera y con una propuesta poética y como que no encajábamos, allá era más realista y urbana", rememora.
Comparte su frustración En la capital del país, los espacios culturales estaban cerrados, incluso El Chopo, y luego de 2 años de lucha regresaron frustrados a la ciudad. Nunca les pagaban las tocadas.
Con un disco grabado sin promoción, Mahagony decidió poner punto final a su capítulo rockero. En 1984
ofrecieron un concierto de despedida en el Estadio Universitario.
Desde entonces, Mojica se dedicó a hacer música para teatro y danza contemporánea. "Me dediqué a apoyar el movimiento ya no como ejecutante, y me tocó ahora sí un movimiento de nuevas bandas interesantes como Ergo Sum, Naranja Mecánica, Heaven", apunta. "Nunca me desligué de la música, de hecho hice para televisión el programa La Oveja Negra, en el 2000 nos unimos en el grupo La Gavilla Blues Band".
La actualidad
Alejandro Mojica ahora está rodeado de computadoras, algunas de sus pinturas y, a pesar de que el movimiento del
que le tocó formar parte no volverá, no siente nostalgia.
"Soy una persona actual y nunca he pensado que el pasado fue mejor. Para mí el rock es como un tatuaje, está invisible en uno pero lo sientes", confi esa.
"Aunque estoy más abocado a la pintura, el rock forma parte de mí, sigo tocando igual". Del pasado pocas fotografías tiene.
El rock no movía masas, pero sí a ellos, a jóvenes que apenas pasaban de los 20 y buscaban una utopía quizá, pero que soñaban.
Es parte de una generación que se entregó a la música, que se arriesgaron. Ahora toca blues.
"Los rockeros de esa época (los 70) teníamos una actitud, era como ser contestatario. Había una barrera
porque al ser rockero eras diferente, en un decir no me molestes, no voy a ser condescendiente".
Alejandro Mojica Músico