Cuando veo las estrellas
me acuerdo de ti, mamá,
porque siempre me decías
van a llegar unos días
que en ellas me encontrarás
Cuando escucho del marero
en las noches su canción,
te recuerdo madre mía
con tan rara melodía
y llora mi corazón
Al ver las gaviotas, madre
el espacio azul cruzar,
veo tu rostro querido
la distancia eterna mido
contemplando el ronco mar.
Cuando escucho las campanas
del viejo templo sonar
te veo, madre querida,
como paloma dormida
blanca como flor de azahar.
Entonces, madre adorada,
tú, mi muerta idolatrada
te asomas a mi sufrir.
Y el llanto asoma a mis ojos
desvanece los abrojos y
olvido lo que es morir.
Parte de mi vida, mamá
Lucrecia Rafaela Ezquerra Ochoa de Román
Por la escalera del recuerdo
desciendo madre, hasta tu ausencia.
Lo amargo de la hora duele
sobre la inercia
de tu alargada huesa
en esta horrible soledad
que cobija mis pasos
y que estalla en mi ser,
como una erecta daga
hundida en las entrañas.
Yo te hablo, madre,
con la ternura de una rosa blanca
o con la ardiente lágrima,
como cuando era niña
y no importaba nada,
¡sólo la muñeca rota
o el perro envenenado!
En la distancia, madre,
se arremolinan muchedumbres,
no en los colmenares,
son sombras las que intuyo
vociferando estragos,
otros, gimen o ríen
bajo sus frías máscaras
de un verdoso color
parecido a la hiel.
Los demás se estremecen,
yo acobardada, solamente rezo.
Pero, ¿por qué pensar en ellos
en esta ausencia gélida
que escarcha en mis arterias?
Madre, anochece ya
y me ausento, temerosa,
dejando en tus venas secas
parte de la vida que me diste,
mamá.