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Columna

Desilusión e ilusión

EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA
06/12/2022 13:58

    El lejano sueño ha quedado en algún lugar del tiempo, de la ilusión erguida cual majestuoso castillo que desde la distancia se contemplaría, solo quedan las ruinas de una pretendida grandeza, que cual como en las antiguas civilizaciones nos hablan de una realidad creada en la ilusión, pero que ya no es y ya no será.

    Reinos y proyectos idealizados en la imaginación, la utopía de lo que no es, pero pudiera haber sido, reducidos quedan a una solo término; fracaso.

    La pregunta surge; ¿quién fue el culpable? La respuesta no puede ser sencilla, pues cada quien tendrá su propia justificación, remitiéndonos a las paginas bíblicas, la pregunta también busca un responsable; ¿Fue el o fueron sus padres? La respuesta del Divino Maestro es; “Ni él ni sus padres”, la obra es un plan que trasciende la humana percepción y no es escrutable desde la humana sabiduría ni de la de la simple interpretación de la divina revelación.

    Pero aun con su lenguaje de tragedia y desilusión se alcanza a percibir un mensaje de una grandeza que alguna vez existió de una perdida realidad, construida con el esfuerzo y la dedicación.

    Polos contrarios se unen, finalmente son partes de una misma realidad que trasciende nuestro limitado entendimiento, que paradójicamente es capaz en la insondable profundidad del arcano, ahí donde ni el ojo ve, ni el oído oye el profundo misterio de Dios.

    En la visión de una vida destinada al fracaso, según la mirada común, es posible encontrar que el término desastre de la traición y el abandono de sus propios amigos está en la vida del Divino Salvador, quien desde su tragedia fue capaz de llevar el más glorioso mensaje de la paz y la reintegración para toda la creación, proclamando el mandamiento antiguo y siempre nuevo del amor.

    En la desilusión de sí mismo, el apóstol y evangelista Juan, consciente de su abandono y traición al Maestro, junto a su falta de solidaridad para con sus compañeros, acoge y digiere el mensaje del amor, para descubrirlo presente en la comunidad, la iglesia, para llegar a afirmar; “Dios es amor y quien vive en el vive en Dios y Dios en él”.

    Desilusionado el hombre de sus luchas y fracasos vuelve la mirada al lugar de Belén, donde desde el abandono y la frustración surge una esperanza capaz de dar a un mundo, caminando en la oscuridad, la luz perdida, reintegrando a la humanidad en la plena manifestación de los hijos de Dios.