Siempre que vengo a Culiacán, durante el camino hago proyectos para visitar lugares y amigos; eso me divierte, y me sirve para revitalizar mis recuerdos que cada día son más nostálgicos.
Esta vez, sin programarlo, de pronto me vi en la carreta de mariscos del popular Chapo de la Colmaz. Mis recuerdos empezaron a fluir ahí mismo, en la calle Venustiano Carranza, en aquellos años de los 60´s se llamaba Aranjuez.
La retrospectiva me hizo escuchar una jerga rasposa, resaltaban las mentadas; con delirio en el cerebro, y casi seguro, con mirar alucinado, escuchaba el zumbido de las cadenas, resortes y el relumbrar de las navajas, el seco sonido de las trompadas, las patadas y los gritos del dolor que hacían voltear, y un segundo de relámpago era suficiente, para comprobar que no era un compañero el caído, y seguir con más furia en el fragor hasta provocar la fuga del enemigo, por eso, la pandilla de la Colonia Mazatlán era la más temida de la ciudad, no obstante, de cuando en cuando, ocupaba las páginas rojas de los periódicos, y eso nos llenaba de orgullo; éramos el azote de las colonias aledañas: El Coloso, La Rosales, Las Vegas, y como el gran Atila, a veces invadíamos conglomerados lejanos, como la Ejidal y La Libertad, hasta allá íbamos a ponerles en su máuser a los vagos de aquellos lugares, quienes también eran identificados como Rebeldes sin causa; éramos los amos de la calle porque ni la polí
-¡Quíuvas, mi compa Chory! La interrupción cortó de cuajo mi interno soliloquio, voltee a ver, y como impulsado por un resorte, me levanté para darle un abrazo al hombre aquel; era mi amigo El Cachetes.
-Qué gusto verte, mi Cachetes.
-El gusto e mío wey. Qué vientos te traín por estos andurriales.
-Qué te pasa wey. Estos son mis terrenos.
-Y también los míos, wey. ¿Te acuerdas? Fue precisamente aquí, donde dejamos aquel tenderete de putos de La Colros.
-Aunque no me creas, en eso pensaba hace un momento. Pero dime, Pinche Cachetes. ¿Qué es de tu vida?
-¡Huy, mi hermano! He fabricado un chingo de plebes. Mientras mi amigo me explica, les aclaro que él, se llama Bulmaro Cachetes, sí, así se apellida, ¿qué de extraño tiene?, los hay que se apellidan Menchaca, Del Toro, Cabeza de Vaca, en fin. Pues que te digo, mi compa, este fin de año me la pasé en los aviones. -Muy al contrario de su supuesto apodo, luce delgado, moreno, mostacho con barba de tres días y mirada inquieta, como el que acostumbra el pericazo. -Y eso. ¿Quieres emular al patrón?
-Cuidado wey, no te pases, mi patrón está en los cielos, y allá está bien. Expresó El Cachetes clavándome una mirada de acero. Reverente alzó la vista, se persignó para seguir. Tuve que repartirme; fui a Guanatos a visitar a mi madre, la llevé a vivir a un pueblito de los Altos de Jalisco cuando aquí se nos calentó el terreno. Con ella pasé la navidad. Regresé pa acá, pero tú sabes, aquí se ponen duros los chingadazos, y pelé gallo con mi vieja y los plebes. Me refugié en un depa que tengo en Los Cabos. Tranquilos estuvimos mirando el desfile de las ballenas. Pasé muy contento el año nuevo, enfiestado con la familia. Disfrutando de la santa paz de San José.
-Eso quiere decir que ya sentaste cabeza, wey.
-Así es wey, de algo te sirven los años y la experiencia.
-El miedo no anda en burros.
-Pues sí, wey, tienes razón. Por suerte llego a esta edad, -casi los cincuenta, wey- Confesó en un susurro mi amigo, pero le reviré. Se me hace que te comes una decena. Shisss, wey. Expresó mirando de soslayo. Rematé en los Yunaites. Fui a ver un amorcito que tengo por allá, en Los Ángeles.
-Ya me extrañaba, wey. Oye, y como está la cosa por allá. El negocio sigue, ¿o no? -Sí, wey, pero cada día es más difícil. Aquí tiene patrón, una campecha pa usté, y los callos de hacha de su compa; la Ballena está servida en estos vasos, ustedes saben, hay inspección. -Gracias mi Chapo. Como en todas las carretas marisqueras decentes, la cheve se sirve en vasos desechables para que no se mire su contenido y despiste a los inspectores de alcoholes, -sí Chuy- -¿Cómo ves? Mira, son callos medallones, de allá de Sonora. Tú sí sabes, mi Chapo. -A la orden, patrón. -Y como te iba diciendo. Cada día que pasa, nuestro jale se pone más cabrón. Al negocio de la mota, los gringos ya le pegaron en la madre. Aunque desde siempre ellos han sembrado y comercializado, nos jodieron con la legalizada, y no pasará mucho tiempo para que ya la estén exportando a todo el mundo. Pronto la veremos en los súper mercados, en elegantes empaques con frasecitas seductoras: cannabis explorer, empacada al alto vacío, sienta el placer de viajar sin riesgos, vuele a los espacios siderales y disfrute las más esplendorosas alucinaciones.
-Bueno wey, pero todavía les queda La Coca, la goma y el Cristal.
-Sí, wey, pero ese negocio está todavía más complicado y súper competido. Además, la mayoría de sus insumos son del extranjero, principalmente gringos, y eso reduce las ganancias.
-Está pues, negro el panorama.
-Sí wey. Estoy pensando en cambiar de giro.
-¡Ya se!, te convertirás en secuestrador.
-No, wey. Eso tiene mucho riesgo. Mejor seré diputado.
-¡¿Qué?!
-Oye wey. Eso no tiene riesgos. Puedes robar lo que quieras, y hasta te aplauden.
-Siempre y cuando seas un levanta-dedos.
-¡Claro wey! Yo no seré una piedra en el zapato. Corres el riego de que te quiten la dieta, y lo peor, que tus colegas del Club de Alíbabá no te inviten al teyboldans.
-Aquí tienen mis jefazos. Estas, se las invita aquel Compa. La interrupción, de nuevo, fue del Chapo. Volteamos a ver, y mi amigo El Cachetes aclaró. No te preocupes, es un comandante agradecido. Un Rascachuchas como todos los de su gremio, pero ni modo, los tenemos que soportar.
-Oye wey, estás hablando como Mario.
-¿Cuál Mario, wey?
-Aquel que conocimos en Lima.
¿En Perú?
-Si wey, el de La Casa Verde; él nos presentó a Pantaleón y sus cariñosas.
-¡Ah, ya! Puta wey, eso fue hace mucho tiempo.
Alzamos los vasos y seguimos platicando. Fue una tarde fresca de este enero, en la que respiramos, a pesar de todo, un aire esperanzador.
Fin.
