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"Encuentro"

"Dos grandes en la calle Libertad"

"Élmer Mendoza sonríe con las bromas de Antonio López Sáenz, es una mañana luminosa, el gran escritor visita al gran pintor; Élmer confiesa que alguna vez pintó un cuadro"
06/11/2015 08:42

    Ariel Noriega

    MAZATLÁN._ Don Antonio López Sáenz quiere que Élmer Mendoza le autografíe su última novela, Balas de Plata.
    Élmer trabaja en su próxima sorpresa, arriesgando su capital literario a todo o nada, como siempre. Encerrado en una habitación de la vieja torre remozada del Posada Freeman, cierra su vieja computadora personal y baja a cumplir con su querido amigo.
    Con una mochila en la espalda y la sonrisa de viejo estudiante, Élmer recorre el cascarón del Centro Histórico para visitar al viejo pintor con corazón de niño, mientras camina, en internet navega una entrevista suya con Al Jazeera y otra con Javier Solórzano, el eco de su éxito a nivel internacional.
    Don Antonio sale a la calle Libertad para recibir a Élmer con la misma felicidad con la que aprobó su ingreso a El Colegio de Sinaloa. Se dan un largo abrazo, Élmer con los brazos abajo, como un niño atrapado en una travesura, don Antonio con la sonrisa mordiéndole las orejas y el cabello alborotado.
    "Con este cabello me parezco a Carlitos Monsiváis", suelta don Antonio y las carcajadas tienen otro motivo para aparecer.
    Gran anfitrión, don Antonio acarrea sillas y ofrece cerveza, agua, refrescos, mientras se desplaza con soltura entre el museo de sus cosas amadas en el que ha convertido su casa llena de luz.
    Instalados codo a codo, don Antonio no deja de bromear y asegura que en la próxima novela de Élmer seguramente habrá un asesinato en El Colegio de Sinaloa, todo para volver a reír y asegurar que ya leyó Balas de Plata y que le gustó y que Élmer tiene ese gran don de narrador.
    Y Élmer responde con esa mezcla de timidez y seguridad que le ha dado tantos amigos e igual respeto y cuenta cuándo conoció al más grande pintor mazatleco.
    "Cuando inauguraron el Museo Arqueológico vi sus cuadros e inmediatamente hicimos clic", recuerda Élmer.
    La mente de Élmer se llena de los recuerdos de su amistad con don Antonio, la casa del pintor lo seduce, el caos aparente de los espacios de un hombre que vive solo, es sólo eso, apariencia, cada rincón está lleno de recuerdos mezclados con arte.
    "En esta casa está su historia, la historia de su familia y quizá la historia de Mazatlán", dice despacio el escritor de Un asesino solitario, El amante de Janis Joplin y Efecto tequila.
    Don Antonio responde con el respeto que tiene por Élmer, por sus libros y cuando Élmer cuenta que en una ocasión pintó un cuadro que provocó el intento del análisis de unos testigos involuntarios, el pintor responde que él alguna vez escribió.
    Ante la insistencia de Élmer, don Antonio se pierde en su taller, cruza los bastidores donde un cuadro monumental espera que retome los pinceles, y busca entre la oscuridad de su biblioteca personal, de donde rescata tres pequeñas libretas con sus escritos.
    Adelantando que no son libros, sino sólo apuntes de lo que sentía en esos momentos, don Antonio los entrega a Élmer, que inmediatamente se sumerge en ellos.
    Élmer descubre que las libretas contienen bocetos y dibujos del pintor, con breves escritos que responden a lo que sentía cuando anotaba los detalles de lo que después serían grandes cuadros.
    "Es un registro de emociones", asegura el escritor.
    Los cuadernos de don Antonio son otro de sus secretos de célebre ermitaño, ahí están también algunos de sus viajes, boletos para entrar a museos de Egipto, recuerdos de Portugal, Israel, Arabia, Grecia y de numerosos países que todavía conmueven su memoria.
    "Viajaba mucho en mis épocas de salud, ahora ya no puedo ir ni a la esquina", asegura don Antonio.
    Uno de los libros tiene fecha de 1964, otro de los 70.
    Los dos grandes se pasearon por el mundo, Élmer todavía forma parte de largas giras por Sudamérica y Europa para presentar sus libros, pero los dos comparten un origen humilde, el escritor esperó años para poder salir de la Colonia Popular en Culiacán, mientras el pintor trabajaba en los muelles fiscales de Mazatlán.
    A los dos, la Ciudad de México les descubrió otra vida y permitió alimentar sus vocaciones: el pintor, en la antigua San Carlos; el escritor, en la UNAM.
    De ahí saltaron al mundo y se convirtieron en dos sinaloenses que reparten su talento por todos los rincones del planeta.
    Don Antonio recuerda que un día trataba de recuperar el aire en un centro arqueológico egipcio cuando se le quedaron viendo unos mexicanos y adivinaron su origen azteca.
    Entre las anécdotas del escritor hay un viaje en Francia por carretera, donde decide dejarle claro a los franceses que por sus autopistas viaja un sinaloense.
    En medio de los viñedos más conocidos del mundo detiene la marcha de su auto y elige un disco compacto con la música de los Tigres del Norte y otro de la Banda El Limón, y surca la tierra francesa con la música de su tierra.
    Dos hombres, dos artistas que dejarán su legado de forma eterna en estas tierras, cuyos nombres adornarán calles, museos, bibliotecas y parques, se reúnen para charlar.
    Nada hay en ellos que presuma su grandeza, tal vez esa humildad con la que se dan un abrazo y salen a la calle Libertad para seguir construyendo una leyenda que se sucede a unos cuantos pasos de nosotros.