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"TABLAS Y TRAZOS"

"El amoroso Sabines"

"El amoroso Sabines"
15/11/2015 06:35

    Benigno Aispuro

    Es sabido que el común de la gente relaciona a la poesía y al poeta con el amor. Pero la poesía es tan plena y tan diversa como la vida, a la que refleja como un espejo. De hecho, el poeta Miguel Hernández (España 1910 - 1942) limitaba la Poesía – y el arte y el ser--, a tres grandes temas: Vida, Amor y Muerte. Todo lo demás deriva de ello. 

    Por el carácter intimista de la poesía, es natural que el sentimiento amoroso tenga en ella cauce adecuado. En la novela El cartero, de Antonio Skármeta (Chile, 1940) el protagonista insiste en etiquetar a Pablo Neruda (Chile (1904-1973) como "el Poeta del amor" por más que el militante comunista que es su jefe le dice que no es así, que Neruda es el Poeta del pueblo. Obviamente, en el ánimo del humilde cartero pesan más los 20 poemas de amor y una canción desesperada (1924) que el Canto General (1950). 

    En el caso de Jaime Sabines (Chiapas, 1926-1999), autor marginal a la República de las Letras y por lo mismo sin necesidad de quedar bien con nadie , tenemos a un poeta cuyo poema Los amorosos, lo define ante quienes desesperan por la incertidumbre del amor, aunque todos sabemos que su gran obra es Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973), magna elegía al padre que está muriendo, el cual solo tiene paralelo, a cinco siglos de distancia, con las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique (España, 1440-1479).. 

    Los amorosos, los enfermos de amor (no los amantes, los que se aman), es un poema que marca a Sabines desde su primer libro, Horal (1950):

    "Los amorosos callan.
    El amor es el silencio más fino,
    el más tembloroso, el más insoportable…
    Los amorosos andan como locos
    porque están solos, solos, solos,
    entregándose, dándose a cada rato,
    llorando porque no salvan el amor".

    Su poesía denota la desesperación de amar, pero también es sensualidad y esperanza.

    "Yo la quiero hasta el fondo de todos los abismos,
    hasta el último vuelo de la última ala,
    cuando la carne toda no sea carne, ni el alma
    sea alma.
    Es preciso querer. Yo ya lo sé. La quiero.
    ¡Es tan dura, tan tibia, tan clara!"

    Desde que lo conozco, desde antes de que yo naciera, Sabines ya era –sigue siendo- el poeta preferido por los jóvenes, y entre estos, de los enamorados. Carlos Monsivais (México, 1938 – 2010) decía que Sabines "es un pacto nacional", en quien concurren desde los grandes poetas hasta aprendices de poetas, lo mismo que "prófugos de la literatura, entusiastas del bolero, políticos, burócratas y periodistas". 

    Y es que su poesía es como el humus de la tierra, la exuberancia de la selva tropical de donde vino, el sudor y las lágrimas que se enjugan; la vida que pasa trago a trago por la acera de nuestras vidas, y la infinita búsqueda de esa otra mitad que nos complementa.. 

    Un lugar común: La primera vez que lo leí (¡oh, mocedades preparatorianas!) fue un deslumbramiento. Su poesía era la sencillez en la palabra, la cotidianidad que opta por salirse de la rutina, la voz que se entrega, la luz que acaricia y que te da un dulce mordisco en el pezón izquierdo, la imagen chispeante que te enardece los sentidos, los chorros de sol que se cuelan entre el ramaje oscuro hasta la penumbra del alma que desespera. 

    En sus poemas suelen encontrar consuelo quienes se consumen de amor, quienes cansados de tocar puertas optan por derribarlas, quienes se pudren irremediablemente en soledad en medio de la noche, cuando ni un alma perdida anda cerca para sacarles del atolladero.

    "Puedo decirles una cosa por los que han muerto de amor,
    por los enfermos de esperanza,
    por los que han acabado sus días y aun andan por las calles
    con una mirada inequívoca en los ojos
    y con un corazón en las manos ofreciéndolo a nadie.
    Puedo decirles una cosa que no será silencio,
    que no ha de ser soledad,
    que no conocerá ni locura ni muerte".

    Sabines nos habla del amor adolescente que se entrega en las salas oscuras de los cines, "en las aceras, sobre la yerba, bajo un árbol".
    Y es que "después de todo – pero después de todo-/ solo se trata de acostarse juntos,/ se trata de la carne,/ de los cuerpos desnudos,/ lámpara de la muerte en el mundo".
    Pero también es la "soledad sin palabras ni gestos". Y es la desesperanza: "¿Qué viene a hacer aquí tanta ternura fracasada./ ¡Díganle que se vaya!"
    Esa alma inmensa fue Sabines, cuyo epitafio podría ser:
    "No es que muera de amor... Muero de ti…"