Eduardo Díaz Vidales
En pleno debate del debate en torno a la reforma por venir a Pemex, el filme Petróleo sangriento, dirigido por el consumado realizador Paul Thomas Anderson, creador de las joyitas Boggie Nights (1997) y Magnolia (1999), se enfoca en la industria petrolera y las consecuencias que proyecta en un pequeño poblado y sus habitantes.
Daniel Day-Lewis, justamente ganador del Óscar por una de las mejores actuaciones de la historia, interpreta a Daniel Plainview, un hombre consumido por la ambición y la avaricia que durante principios de siglo pasado forjó su imperio capitalista exprimiendo el subsuelo como si fuera una gran malteada.
Calificada por la crítica estadounidense como una de las mejores películas del año pasado, Petróleo sangriento descansa sobre los hombros de su director, Anderson, y su protagonista, Day-Lewis.
Desde el inicio de la cinta es claro que Daniel Plainview es un ser impulsado por la avaricia, pero a como la historia avanza se convierte en un hombre malévolo, cuyas acciones parecen someterse a una manipulación para lograr su más oscuro objetivo: tener la autonomía para alejarse de todo el mundo y así poder vivir sin justificar sus acciones y evitar ser juzgado por sus ideales que lo acercan a su deshumanización, o en caso de referirlo al mundo de Stanley Kubrick, a su humanización.
Resulta evidente que Anderson, en su obra mejor lograda, se inspiró en el Dios fílmico Kubrick; no sólo en el tratamiento que hace sobre los personajes principales, sino en el estilo visual de la obra. La hipnótica música de Johnny Greenwood, el impresionante diseño de producción de Jack Fisk, parecen estar elaborados bajo la base de Naranja mecánica (Kubrick; 1971).
Pero como dijo Robert Elswit en su discurso tras recibir el Óscar a Mejor Fotografía, aún ante los méritos de Anderson, Fisk, el editor Dylan Tichenor y compañía, el gran mérito de Petróleo sangriento incurre en la impactante presencia de Daniel Day-Lewis, cuya evolución que aplica al personaje de Plainview encaja perfectamente con el desarrollo de la historia, la cual concluye con un Daniel Plainview difícil de apreciar y sentir afecto por él, pero con el magnetismo de quien lo interpreta, resulta satisfactorio que al final, un hombre tan ruin y malévolo logre salirse con la suya.
Gran parte de la identificación por el antihéroe se logra con la "contraparte" de Daniel, Eli Sunday (una magnífico Paul Dano), un presunto profeta eclesiástico que intenta sacar provecho al negocio de Plainview con el pretexto de estar velando por los intereses de los ciudadanos y porque sus intenciones tienen un fin con "buenas" intenciones.
El personaje de Sunday, presuntamente representa el bien de la historia, pero pronto nos damos cuenta que es igual de maligno que el propio Plainview, por lo que resulta difícil saber por quién debemos sentir mayor afecto.
Comparable con las grandes obras maestras de Kubrick, el quinto filme de Paul Thomas Anderson se convierte en el "día de graduación" para el realizador, quien sin duda forja en Petróleo sangriento su obra más densa, emocional y perfecta hasta el momento, indicación de su madurez en los aspectos técnicos, narrativos, visual e ideológicos, ya que a diferencia de sus anteriores trabajos, donde la desesperanza y el drama existencial eran resueltos al final con la redención de sus personajes, aquí sucede todo lo contrario, ya que al final, Plainview y Sunday están lejos de su emancipación, sobre todo, porque no les interesa lograrla.

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