Eduardo Díaz Vidales
Los ingredientes para hacer una secuela de Transformers son básicos: loca mitología, máquinas deseosas de pelear, mucho caos y por supuesto Megan Fox. Y a pesar de que Michael Bay claramente ha sido fiel a esos elementos, no parece concordar con la idea de que "menos es más" en esta desenfrenada, ruidosa y excesivamente larga cinta de acción que sólo desea complacer a medias a los fanáticos de la primera parte.
Pero aún los más hormonales preadolescentes difícilmente considerarán la presencia de Fox suficiente para entretenerse, ni tampoco los bien logrados efectos visuales.
Después de darnos una lección de lo que sucede cuando se enfrentan hombres prehistóricos contra malvados aliens metálicos, la historia continúa con dos soldados a quienes ya conocemos que se han hecho parte de un escuadrón de hombres y Autobots en busca de destruir a los Decepticons.
Mientras tanto, nuestro héroe Sam Witwicky (Shia LaBeouf) va rumbo a la universidad dejando atrás a su amada Mikaela (Fox) y su auto Bumblebee.
Sam tarda poco en darse cuenta que existe un arma secreta capaz de destruir al mundo o darle una nueva esperanza y todo ha quedado en las manos de él, su compañero de cuarto (Ramón Rodríguez), Mikaela y el desgraciado agente Simmons (John Turturro).
Al igual que la primera parte, Bay basa el apelativo de la cinta en interminables escenas en las que gigantescos carros-robots se enfrentan. Es cierto que son visualmente impecables, pero siguen careciendo de emoción.
Con filmes como este hay demasiado ruido y excesiva confusión como para prestarle atención a la trama y por lo tanto, no hay razón para que la cinta concluya después de 150 minutos.
Ojalá que por lo menos para la tercera parte, porque seguro habrá, los guionistas y el director Michael Bay encuentren una forma que ayude a la audiencia a identificar las diferencias entre las máquinas buenas y las malas durante una pelea.