No es tarde para recordar y reafirmar que el pasado 13 de enero fue el Día Mundial de Lucha contra la Depresión, un trastorno emocional a veces invisible que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo.
Las estadísticas pueden ser mayores. No siempre es fácil reconocerla. Antes se pensaba que solo era una forma desarrollada de la melancolía. “Spleen” le decían en la Francia del XIX, donde Luis Pasteur y Charcot fundaban la medicina moderna.
“La melancolía es el estado gaseoso del dolor”, decía el escritor J.J. Arreola, quien tuvo un temperamento vivaz y depresivo que nunca afloraba en público, pero existía.
Por cierto, la etimología de melancolía quiere decir “Cólico negro”... Algo tiene que ver la depresión con la bilis, los gases y hasta la palabra melanoma se liga con la melancolía.
En sus últimos años, Sigmund Freud se preguntó si el cáncer que padecía no era producto de depresiones y rencores acumulados.
Los escritores son de los mas reacios a reconocer ese padecimiento maldito.
Todo indica que Ernest Hemingway murió de una depresión mal diagnosticada y por lo tanto, mal atendida: una enfermedad que hoy es como un catarro para las multitudes.
Con terapia, Hemingway hubiera alcanzado una segunda vida... hay que reconocer y añadir que en ese tiempo no había los medicamentos de hoy y le dieron demasiados electroshocks en la prestigiada clínica Mayo.
Nuestra segunda vida comienza cuando descubrimos que tenemos una sola
Hay gente del mundo cuya fuerza radica en que han tenido muchas vidas
Llegamos a viejos porque a lo largo de nuestra vida la muerte hace su trabajo
Los seres amados que se han ido no están bajo una lápida o en una urna. Los muertos se llevan con uno, me lo dijo una vez la Sra. Candelaria una sabia psicóloga a la que me acerqué hace años en una terapia de duelo.
Los muertos que nos habitan son justamente la justificación de nuestra vida. Nosotros reasignamos la nuestra, a veces sin saberlo, a partir de ellos: somos responsables de lo que dejamos.
Ser frágil es reconocer lo humano. Reconocerse y no caer en el encono ante lo inevitable, lo azaroso e inexplorado de la nueva realidad.
Carl Jung, otro de los padres del psicoanálisis, afirmó que la verdadera terapia es el acercamiento a lo sagrado.
Hace días publiqué lo siguiente: Lo religioso no es solo estar asistiendo peleando con una Iglesia o sus ministros: es aquello que nos hace vivir a veces sólo con las palabras. Es también la capacidad de estar entre los vivos y los muertos. También es la conexión que tenemos con lo sagrado en el tiempo, con la historia de la humanidad y otros miembros de nuestra familia que apenas vimos, conocimos o sentimos. Una forma de entenderse con el misterio de todo aquello que esta vivo aun ante nosotros.
Si usted se encuentra en esa segunda vida que nos da una pérdida, hágalo. Lo que sea sagrado para usted, no necesariamente una religión establecida. Puede ser el yoga, la disciplina a un deporte, la entrega a un arte, o el trabajo voluntario social o ambientalista.
Y es que el gran problema es que con las necesarias estrategias de contención, la gente no ha podido despedirse de los suyos ni recibir el abrazo colectivo que representan las honras fúnebres.
Pero no olvidemos que la depresión no solo surge en las etapas oscuras de la sociedad, sean pandemias o guerras: uno puede caer en eso también al ganarse la lotería u obtener una meta largamente anhelada.
Somos humanos y por el mismo sendero andamos. Busquemos ayuda, que no somos dioses ni rocas insondables e inamovibles, si no a veces dolor en estado gaseoso sin control.