|
Columna

El estudiante de la familia

EL OCTAVO DÍA

    Hoy por fortuna tenemos opciones para la educación muy amplias, con sus altas y bajas, críticas y reconocimientos.

    Pero, no hace menos de 50 años o menos, era más complicado para una familia humilde económicamente salir adelante a través del estudio.

    Recuerdo en mi infancia, de la que provengo dentro la cultura del trabajo, que me tocó conocer a muchas familias dedicadas a la construcción y demás oficios manuales.

    Y es que quien dice construcción, también dice carpintería, herrería o transporte de materiales, a veces todo junto o con diferentes grados de profesionalización.

    Una vasta gama de oficios ahí confluyen y se entrelazan. Y se entra en relación lo mismo con arquitectos de compañías constructoras o el más humilde fabricante de mosaicos que los moldea a mano.

    Quiero hablar de que en ese magma social conocí a familias de albañiles, artesanos o pescadores, donde destacaba a veces un hijo que era mencionado con un apodo que hoy celebra su día.

    “El estudiante”.

    Sí, uno podía conocer un señor albañil, con dos hijos ayudantes y otro más ocasional y de repente uno se enteraba de que existía otro hermano más que era estudiante. Sólo uno.

    La palabra se decía con cierto respeto y reconocimiento.

    O igual un señor con un camión de volteo, con dos hijos armados con palas a lo que de repente, un fin de semana o trabajo especial, se integraba el que era estudiante.

    De entrada se estaba reconociendo que dicho muchacho, presente o ausente en la obra, era talentoso para el estudio. “Voy a mandarle un giro a mi hermano el estudiante”.

    No se decía ahí, pero incluso se sobrentendía que ese joven era la esperanza para la familia.

    Lo curioso es que a veces ese miembro de la prole que era estudiante lograba ese mérito por omisión o por haber nacido intermedio, con hermanos mayores ya trabajando o con una posición un poco más desahogada que les permitía al los padres pagarles esos estudios y ser ayudado por los hermanos.

    Así que dicho estudiante asumía el compromiso de dedicarse a estudiar, para ser alguien en la vida, más allá de sus otros familiares, con resignación y denuedo.

    Mi respetos para esas familias trabajadoras, enganchadas en la sobrevivencia, que lograban encajar en su núcleo familiar un espacio para que alguien saliera por un mejor camino.

    Y muchos de ellos, no lo hicieron pensando en beneficiarse a futuro con el título o la posición lograda por el hermano estudiante.

    Con que alguno de ellos tuviese un mejor nivel de vida y su descendencia se sentían pagados de sus sacrificios. Pero era grato cuando ese hermano, que tenía su título, su casita y su carrito, emprendía una acción a favor del otro que se quedaba en los oficios fabriles, sin seguridad social o futuro.

    No olvidemos eso hoy que tenemos acceso a la educación y universidad pública.

    En muchos países de Latinoamérica, sólo a las clases medias altas y las oligarquías pueden acceder a una carrera técnica o profesional. México y Cuba son los que tienen las universidades más gratuitas y con calidad.

    Si usted que nos lee es aún estudiante, agradezca ese privilegio y haga su parte cuando le corresponda. Sea digno de ese noble privilegio.

    Quiero hablar de que en ese magma social conocí a familias de albañiles, artesanos o pescadores, donde destacaba a veces un hijo que era mencionado con un apodo que hoy celebra su día.
    “El estudiante”.
    Periodismo ético, profesional y útil para ti.

    Suscríbete y ayudanos a seguir
    formando ciudadanos.


    Suscríbete
    Regístrate para leer nuestro artículo
    Esto nos ayuda a identificarte mejor al poder ofrecerte información y servicios justo a tus necesidades al recibir ayuda de nuestros anunciantes.


    ¡Regístrate gratis!