Con tanta alharaca electorera -¡juro que no tocaremos aquí el tema!- a los sinaloenses se nos pasó el primer centenario del escritor mazatleco Ramón Rubín.
Ramón Rubín Rivas nació el 11 de junio de 1912 aquí en Mazatlán; en alguna ocasión que lo entrevisté, a finales de 1990, cuando yo daba mis pininos en el periodismo, me informó que la casa en que nació se encontraba por la calle Niños Héroes, entre Ángel Flores y Mariano Escobedo -entonces calle Ceres- donde actualmente se ubica el portón de entrada al Hospital Militar.
Como la entrevista se llevó a cabo en el marco de un Festival Cultural Sinaloa, me habló con orgullo de su parentesco con la familia del director Enrique Patrón de Rueda; de hecho no sólo me confirmó su relación directa con el Sr. Alfredo Patrón Rivas, padre del Mtro., si no que lo saludamos por coincidencia en sus oficinas en la ya desaparecida Compañía Méxicana de Aviación, a donde acudimos a cambiar un boleto y de paso darle la sorpresa.
Fue un polígrafo incansable: realizó cuentos, novelas, ensayos históricos y hasta un manual de acuacultura, hecho con una prosa clara para que lo entendiesen los campesinos sencillos. Viajó como marino y transportó armas durante la Guerra Civil Española: por ese y otros paralelismos algunos apologistas lo han encumbrado a la altura de Ernest Hemingway, aseveración que siempre rechazó con insistente modestia.
Llevó una vida que le permitió conocer buena parte del territorio nacional y en varios de sus cuentos y novelas los indígenas son tratados con singular dedicación, no muy común en la época. Dos de sus novelas, La bruma lo vuelve azul y El canto de la grilla, acontecen en el ámbito cora y huichol, mientras que en su novela El seno de la esperanza la protagonista principal es una mujer yaqui que responde al inusual nombre de Betónica.
De gustos sencillos, dedicado por años a las ventas como agente o empresario, en sus últimos años regaló a sus obreros las dos pequeñas fabriquitas de calzado que tenía en Autlán, Jalisco, y se dedicó a descansar y escribir. (De joven trabajó en la fábrica de hilados de Villa Unión, de donde lo corrieron por bolchevique, en palabras propias: otra anécdota que me compartió es que don Isaac Coppel hizo que un tubo que exudaba vapor caliente pasara por los sanitarios para que ningún obrero se demorase ahí más de la cuenta).
Don Ramón Rubín no realizó teatro, pero tuvo presencia en las tablas de manera indirecta gracias a un escándalo de plagio.
La famosa obra teatral Los cuervos están de luto, que ocurre durante un funeral de pueblo en donde las nueras están peleando la herencia ante la pasividad de los hijos, la escribió el dramaturgo Hugo Argüelles, inspirado en un cuento del mazatleco Ramón Rubín, quien lo demandó por plagio y ganó el pleito, ya que en ningún momento le dio el crédito.
Cierta vez, Rubín así se definió: "Soy un hombre de 75 años que tiene escritas poco menos de 20 novelas y unos 500 cuentos breves. En verso sólo escribí dos romances que permanecen justamente ignorados".
Esos romances los escribió para participar en los Juegos Florales del Carnaval de Mazatlán y en ellos compara las tres islas de Mazatlán con tres destructores en formación. No obtuvo el galardón, pero el premio tenía un accésit al cuento y ganó dos premios con los relatos El tonto de Pueblo Viejo y Por las dos leyes.
Rubín empezó a escribir cuando era un joven estudiante de mecanografía en la Academia Pitman de Mazatlán. Como no alcanzaba a ver los textos que el maestro ponía en el pizarrón, éste le dijo que escribiera lo que le diera la gana sin cometer faltas de ortografía y así, de esa manera inesperada, nació uno de nuestros mejores narradores.
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