De las figuras históricas de la Revolución Mexicana -a cuyo centenario nos acercamos cada vez más a pasos alebrestados- una de las más polémicas y emblemáticas es la de un sinaloense que aún mantiene su leyenda maléfica.
Me refiero al Coronel Rodolfo Fierro, hombre de confianza de Francisco Villa, arrojado conductor de tropas y un asesino despiadado cuyas acciones no dejan de estremecernos.
En los momentos más cumbres de la mítica División del Norte, la figura militar de Rodolfo Fierro destacó por su valor, del mismo modo que por algunos asesinatos ordenados o cometidos por él mismo a sangre fría.
Nacido en El Fuerte, Sinaloa, ferrocarrilero de profesión, eligió dar su lealtad y respeto definitivo a la figura de Pancho Villa. Parecer ser que la muerte prematura de su esposa provocó en Fierro los desórdenes que lo volvieron el ejecutor sistemático cuya hoja de servicios roza el horror y la demencia.
Es interesante ver cómo Villa mantenía a su lado a este criminal despiadado, mientras que por el otro se encontraba con la figura mística de Felipe Ángeles, egresado de la École Militaire de Francia, y uno de los idealistas más iluminados de su tiempo.
Dos grandes escritores mexicanos han escrito páginas memorables sobre este individuo. Uno es Rafael Muñoz, quien en su cuento Oro, caballo y hombre narra su muerte absurda, al tratar de atravesar una laguna a caballo, ebrio de tequila y cargado de bolsas de oro, hasta quedar atrapado por el peso de su cargamento.
García Márquez incluyó en un número de la revista Cambio este texto, en una lista de los cuentos más hermosos de la literatura mexicana. La prosa de Muñoz no oculta cierta admiración al describir a Fierro montando a caballo.
"Rostro oscuro completamente afeitado, cabellos que eran casi cerdas, lacios, rígidos, negros; boca de perro de presa, manos poderosas, torso erguido y piernas de músculos boludos que apretaban los flancos del caballo como si fueran garra de águila. Aquel hombre se llamaba Rodolfo Fierro; había sido ferrocarrilero y después fue bandido, dedo meñique del Jefe de la División del Norte, asesino brutal e implacable, de pistola certera y dedo índice que no se cansó nunca de tirar el gatillo".
Martín Luis Guzmán recrea en La fiesta de las balas el momento en que Fierro asesinó a 300 soldados federales prisioneros. En un corral los hizo correr rumbo a la barda del escape y, apoyado sólo por un ordenanza que le colocó las municiones a sus pistolas, los ejecutó a todos en una jornada.
Algunos historiadores, incluyendo el propio Guzmán, consideran exagerada esta historia, en un momento que a Villa no se le consideraba un héroe. Peritos de hoy en día dicen que es poco posible esa ejecución, ya que los revólveres se habrían calentado con los disparos.
Fierro fue un héroe indiscutible en varias batallas que precipitaron la caída del traidor Victoriano Huerta. Durante los combates de Celaya realizó una incursión suicida que puso en fuga a los carrancistas y el propio Álvaro Obregón reconoció su valor en sus memorias.
Hace unos años, una empresa metalúrgica de nombre General Fierro regaló a la ciudad de Los Mochis una estatua de este peculiar revolucionario. Hubo grandes discusiones sobre si era correcto alzarle un monumento, aunque fuera donado, a un individuo que realizara tan atroces asesinatos. La solución fue enviarlo a Charay, el poblado donde él nació, y al decir de los habitantes, a fin de cuentas es un personaje de la historia.
En el celuloide, Fierro fue interpretado varias veces por el gran actor-villano del cine mexicano Carlos López Moctezuma. Y en el cine gringo su papel lo realizó ni más ni menos que el propio Charles Bronson.