Cierro los ojos.
Evoco el lenguaje de los árboles,
las canciones de los pájaros,
el chorrear del agua que salpica frescura,
el sabor del campo
con aromas de flores silvestres.
Veo los frutos generosos de los tamarindos
que me hacen agua la boca
y dan frondosa sombra al patio
de la casa de la abuela.
Escucho la voz ronca del río
que cuenta viejas historias
y hace magia con sus palabras
que corren cuesta abajo
hasta abrazar al mar.
Vengo, regreso, voy, vuelvo.
Abro mis ojos:
sigo siendo esa niña
la que jugó matatena,
brinco la cuerda,
se escondió en las sombras de las noches
y atrapó mariposas en primavera.