"'La dama de negro' lleva de las risas al terror"
¿En qué momento una comedia se puede transformar en una historia de terror que contagia al espectador al grado de hacerlo pegar de gritos, atrapado en la historia de personajes atormentados por una mujer de negro?
Esa es la magia de La dama de negro, la obra de teatro que tiene 18 años ininterumpidos de mostrar el poder que una excelente actuación y montaje a la medida puede tener, aún en públicos "modernos", inmunes a la sorpresa.
Y es que no hay "efecto especial" más poderoso que el de la imaginación, especialmente cuando ésta se echa andar a través de dos grandes actores, como demostraron ser Rafael Perrín y Benjamín Rivero, quienes de manera sencilla y aparentemente ingenua van sumergiendo al público en historias paralelas, que se unen en un final inesperado.
La historia
El escenario de un teatro presenta a 'Arthur Kipps' (Perrín), un hombre que sólo desea compartir su historia de juventud transformada en manuscrito, el primero con quien lo comparte es John Morris (Rivero), un director que lo ayuda a descubrir cómo ser un "actor shakesperiano".
Tres sillas, un cajón de madera y efectos de sonido manejados por un técnico invisible son las herramientas utilizadas para transportar al auditorio a Londres, a principios del siglo 20.
'Arthur' va subiendo poco a poco su tono artístico hasta convertirse en un camaleón, mientras 'John' encuentra en la interpretación del personaje principal emociones agotadoras, siempre dosificadas con estallidos de comedia. Pero todo tiene que cambiar.
Bajo su propio riesgo
La oscuridad es el mejor lienzo para la imaginación. Ojos y oídos son bombardeados con imágenes, ideas, sonidos
y oscuridad.
El escenario deja de ser el obvio de primer plano para crecer y hacerse profundo a través de transparencias y bocanadas de niebla. Se desvanece la comedia en medio de risas nerviosas que obligan a cada espectador a estar alerta ante cualquier posible sombra que pueda aparecer cerca de él.
Y es que con las sombras llegan segundos de oscuridad total que despiertan la percepción de susurros y cuerpos que pasan entre los pasillos o a unos centímetros del público, con el riesgo de convertirse
¿en la dama de negro?
Desfilan personajes invisibles, un niño, su nana, una madre atormentada, un perro y hasta el ensordecedor sonido de un dramático accidente que se manifiesta una y otra vez. Todo en medio de "apariciones" de la dama de negro.
El relato de 'Arthur' llega a su fin y 'John' lo agradece. Ha sido una experiencia dramática, pero no cuenta con que el terror sí existe y se desborda, se contagia hasta quienes los miran y escuchan, y termina arrasando con sus propias vidas "reales" y las del espectador. Y es que La dama de negro es mucho más que sólo una historia qué contar.