Aunque continuamente son tomados como sinónimos los términos monje y fraile, en ellos existen diferencias de origen y de función, sin que ello signifique que no hay similitudes entre ellos y un continuo desarrollo evolutivo.
Históricamente, con la caída del imperio romano de occidente la vida social entró en una espiral de degradación, en la cual la seguridad estaba continuamente amenazada, las comunidades se encontraban en constante tensión y las florecientes comunidades cristianas se sentían amenazadas en su ideal de práctica de los principios dejados por el Divino Maestro. Esto llevó a algunos a alejarse a lugares solitarios, generalmente en regiones desérticas donde buscaban una vida de ascetismo y penitencia que los acercara a Dios.
En ese ambiente de soledad nace el término monje, del griego Monakos, cuyo significado para nosotros es el de solitario, se usó para designar esas personas, que con esa forma de vida buscaban encontrar la purificación y la contemplación de Dios. Derivado de ese término, la palabra monje, que en griego era igual para hombres y mujeres, al llegar al español se usan los términos monje o monja según designen a hombres o a mujeres.
En el cristianismo de esos lejanos días, esa manera de vida se originó en Egipto y bajo la inspiración de un hombre nacido en esas tierras; San Antonio Abad. Este santo habiendo adoptado primero ese estilo de vida solitario, después, lo encaminó a otros a seguirlo.
En el Siglo IV, un grupo de monjes solitarios, conocidos como ermitaños, término derivado de eremita, que significa del desierto, decidieron reunirse para formar una comunidad, una circunstancia que los llevó a formar una norma o reglamento con el cual pudieran guiarse.
En oriente siguiendo esta forma de vida, conocida como monástica o monacal cobró relevancia en las comunidades cristianas.
Establecida en tierras orientales, la vida monástica pasó a occidente, siendo su promotor san Atanasio de Alejandría y más adelante Martín de Tours la llevó a Roma y a otros lugares hasta llegar a las tierras de Bretones.
Esta forma de vida ascética monástica culminó con San Benito Abad, quien creó la regla que regiría estas comunidades, destinada a dirigir a los miembros de ellas en la oración, la obediencia al superior y el trabajo manual, siendo su lema; ora y trabaja.
Continuando esta forma de vida san Francisco de Asís, en los albores del segundo milenio, inicia una revolución espiritual, que, a diferencia de la vida monacal, trata de insertarse en la vida social, integrándose a ella para darle un robustecimiento de vida evangélico, aunque teniendo su residencia comunitaria en los conventos.
A los integrantes de esta alternativa forma de vida se les llamó frailes, derivado del latín frater, traducido como hermano. En esencia la vida de los frailes consiste en vivir una fraternidad con todos y con la creación, con una vida de pobre y humilde como su fundador Francisco de Asís.
Después de san Francisco y los franciscanos surgieron otras órdenes de frailes con diferentes carismas o formas de practicar la vida cristiana, buscando penetrar el mensaje cristiano en los hombres de este tiempo