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"MIL HISTORIAS QUE CONTAR"

"Nuño Beltrán de Guzmán: Entre la quimera, la ambición y el desencanto"

"En Compostela, actual estado de Nayarit, Nuño de Guzmán acostado en su camastro miraba la Luna por la ventana de su casa recién construida"
08/11/2015 13:18

    CULIACÁN._En Compostela, actual estado de Nayarit, Nuño de Guzmán acostado en su camastro miraba la Luna por la ventana de su casa recién construida, el frío le punzaba como una mordedura entre los tallos de la noche, el silencio de la selva lo invitó a hacer un recuento desde su llegada a la Nueva España. Pensó si había valido la pena haber dejado la comodidad en su natal Guadalajara de Castilla, España, de haber prescindido de su encumbramiento por servir en la guardia personal del rey.
    Aún sentía el agotamiento de las jornadas que parecían no tener fin, había llegado de lo que él consideraba los confines de la América culta: la Villa de San Miguel, ahí realizó su última batalla contra los indígenas. La agresividad del paisaje y el clima lo convenció que más al norte no había más centros de población con una cultura igual a las del sur de la Nueva España, que sería muy difícil establecer encomiendas permanentes. Tiempo después se convencería de lo mismo, al mandar a su familiar Diego de Guzmán para que explorara tierra adentro. Entonces continuó mandando a sus huestes a esclavizar indígenas como una forma de resarcir lo invertido en la conquista de la tierra de los téules chichimecas
    Antes de regresar a Compostela, para justificar la expedición de conquista ante los reyes, decidió fundar la Villa de San Miguel, escogió un lugar a orillas del Río Ciguatlán (río San Lorenzo), frente al pueblo indígena de Navito y nombró a un alcalde y dos regidores. Los indígenas locales se rehusaron servir a los españoles, lo cual hizo difícil el poblamiento, por lo que Nuño decidió dejarle a los primeros vecinos españoles los pocos indígenas "amigos" que le acompañaban desde el sur.
    Sintió un escalofrío, se estremeció, pensó que de nuevo la malaria, la cual era ya parte de su vida, volvía, su mente calenturienta retrocedió y se ubicó en Santo Domingo en donde pasó siete meses postrado por esos síntomas cíclicos que retrasaron su llegada a la Nueva España. Su ambición se catapultó por su lealtad al rey y los servicios personales que prestaba a la realeza. Así un día fue nombrado Gobernador de Pánuco con un salario de 60 mil maravedíes.
    La inversión de capitales para hacer la travesía era grande, nadie quería arriesgarse, pues se sabía que la entrada de los barcos por la desembocadura del río Pánuco era difícil, así que pidió prestados cinco mil ducados para comprar uno de los dos navíos en que partió. Mala inversión, uno naufragó.
    Comenzó a sudar, se estremeció, su cabeza era un molino de pensamientos, sus fantasmas comenzaron a tomar forma, se le hizo presente la figura de Hernán Cortés, su acérrimo enemigo, éste le reclamaba su ambición por querer apropiarse de las tierras conquistadas en Pánuco, abusando de su poder de gobernador. Le recriminó haberse servido de su cargo de presidente de la primera audiencia para organizarle juicio de residencia y de despojarlo de cuantos bienes, bien o mal habidos, había conseguido. Lo acusó de cobarde pues no podía defenderse al encontrarse requerido por el Consejo de Indias en España. La imagen de Cortés se fue difuminando y la reemplazó la del Obispo Juan de Zumárraga, junto a él estaban varios indios, mostraban sus cadenas y las mordidas que le habían infringido los lebreles en sus carnes. El obispo le reclamaba haber llevado al extremo la crueldad con los indios al esclavizarlos, de haber violado la voluntad política de la Corona, que pretendía explotar su trabajo sin privarlo de sus más elementales derechos como siervos. Lo amenazaba con llevarle al rey las pruebas de sus excesos y que por eso había huido de la capital.
    Con dificultad Nuño levantó la cabeza y les gritó: No, no fue el temor al juicio de su majestad y del Consejo de Indias, lo que me llevó a dejar la Audiencia y emprender la conquista de los téules y chichimecas, mucho menos enfrentar a Cortés que regresaba de España. Sólo le movían dos razones: dar a conocer, en dominios absolutos del Diablo, al Dios de los cristianos y acrecentar las posesiones terrenales del monarca español. Sus gritos despertaron al mozo que lo atendía y éste lo volvió a la realidad.
    Los médicos le aplicaron sangrados como única terapéutica, los dientes le castañeteaban y el temblor se hacía insoportable, lo abrigaron con gruesas mantas, pero aún la temperatura alta no cedía y comenzó a delirar:
    No bien había salido a la conquista de tierras ignotas se me sometió a juicio de residencia, se coaligaron contra mí las autoridades civiles y eclesiásticas, me acusaron de haber tomado 10 mil maravedíes de la Real Hacienda para ir a descubrir y conquistar la tierra del Mar del Sur, para que Dios Nuestro Señor se conociese en ella y su fe se plantase donde el Diablo reinaba más poderosamente que en otras y por que su Majestad se sirviese y su corona real aumente, fui injustamente calumniado de tomar prisionero al Caltzonzin, señor de Michoacán, de quemarle los pies para que me dijera en dónde estaba el oro y la plata y de haberlo ahorcado, pero fue un servicio a su majestad, pues Caltzonzin, hacía muchos insultos y muertes de cristianos y tenía toda la tierra tiranizada. Que fui cruel con los indios por encadenarlos y esclavizarlos, pues sí, se les advirtió que si querían someterse, se les recibiría con todo amor y caridad, se les dejarían sus mujeres, hijos y haciendas libres. Pero igual procedí con severidad con mis subordinados e indios amigos ahorcándolos, pues querían volver cuando nuestro interminable caminar en aquellas tierras calurosas, entre esas selvas húmedas y sombrías, en aquellas llanuras cuyo fango cubrían, daba la apariencia de firmeza, teniendo que saltar de continuo entre troncos caídos, fofos y negros, bajo lluvias torrenciales y en constante vadear. Luego terminó de minar nuestras fortalezas y determinación lo que nos sucedió en el pueblo de Aztatlán, cuando se nos vino un diluvio, con agua y agua que nos derribó todas las casas, cesado el viento, a media noche creció tanto y en tanta manera el río que salió de las barrancas, más de mil indios se ahogaron.
    En esa condición lastimosa decidimos irnos al pueblo de Chiametla, ahí murieron muchos otros indios y otros a los que impedí devolverse, de pura desesperación fueron ahorcándose de 10 en 10 e igual apresé y sometí a castigos a varios españoles por la presunción de que se querían devolver. Pero comprendí que volver derrotado sería presa de mis enemigos, necesitaba ser afortunado en la conquista de nuevas tierras como lo había sido el soberbio y cruel de Cortés, así que mandé al capitán Gonzalo López a Xalisco y Zacualpa para que trajera a como diera lugar a más indígenas para continuar, más ahora que habíamos tenido noticias de que tierra adentro hay provincias muy grandes y ricas que entre estas provincias hay una de mujeres que no habitan con hombres ni los consienten sino en cierto tiempo del año, y de lo que paren, si es hembra, lo dejan consigo y si es varón, dicen que lo matan.
    Ahí en Chiametla decidí escribir a la Consejo de indias y a su majestad, necesitaba defenderme y no permitir que fuera tratado como si hubiera cometido algún crimen de lesa majestad, demostrarle a la reina Juana de quien recibía protección de mis enemigos que era necesario esclavizar a los indígenas debido a la pobreza y necesidad que la tierra tiene y vecinos de las villas que poblara. Al dejar Chiametla tuve que dejar a los indios que llevaba enfermos, pues eran una carga para nuestros propósitos, pero además por haber huido los indios del lugar y dejarnos sin bastimentos ordené para escarmiento incendiar sus viviendas, igual hicimos en Piaxtla, pues no se presentaron los indios en paz, pero igual procedí con los indios amigos que de nuevo se querían regresar. De ahí pasamos a un pueblo llamado Cihuatlán, al que creímos era el pueblo de las amazonas, pero Gonzalo López me explicó que si las mujeres estaban solas era por que se andaban acaudillando los varones para darnos guerra en cierto cabo, de ahí partimos Culhuacán, en donde enfrentamos a cientos de belicosos indios saliendo bien librados. Poco a poco nos fuimos dando cuenta que ni en dirección a la sierra, ni en dirección al mar había algo que valiera la pena, después de todas las tierras pasadas no encontramos comida ni poblazón donde nos pudiéramos sustentar. Para colmo de males supimos por un mensajero que en la capital de la Nueva España se nos daba por muertos. Así que decidimos volvernos, pero antes de partir decidimos fundar la villa de San Miguel, salvando los innumerables obstáculos, logramos alcanzar el punto de partida cuando arreciaban las lluvias y los ríos de nuevo mostraban las grandes avenidas.
    Poco a poco la temperatura fue menguando y la mente de Nuño volvió por un momento a la vigilia, enseguida comprendió que lo esperaban nuevos abismos.






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    * Comisión Estatal para los Festejos del Centenario de la Revolución y Bicentenario de la Independencia de México.

    * El autor es Presidente de la Crónica de Sinaloa.