Guianeya Román
¿Ustedes han oído hablar de Celia Treviño Carranza? Yo tampoco, hasta que me topé con un libro llamado Mi atormentada vida, Celia Treviño Carranza (Primer violín femenino de América); impreso por Editorial JUS, México, 1958.
No es el título que invite a la lectura, pero sus 662 páginas son una delicia que uno repasa y repite con deleite. El texto tiene tres lecturas invaluables, la primera la autobiografía de la primera violinista solista mexicana, la segunda el retrato de una época en voz de una sobrina nieta de Venustiano Carranza, y la tercera no menos interesante, desde el título mismo de la obra, es toda una joya del discurso femenino de la primera mitad del Siglo 20.
Proviene ni más ni menos que de las familias Treviño de Coahuila y Carranza de Monterrey, hija de Ángel Treviño y Celia Carranza Cepeda, nació el 24 de abril de 1912; su madre era soprano lírica, consintió un matrimonio por conveniencia que fue lo bastante infeliz como para que ella se fuera con sus tres hijos a Texas.
La vida en Estados Unidos tuvo sus matices, en tiempos de la turbulenta revolución, doña Celia encontró el espacio para hacer sus recitales y además educar a sus hijos en las artes: Gloria María sería bailarina de ballet, y Celia fue alumna de dos destacadas personalidades de música, Mauricio Kaufman, y Ovide Musin; e incluso estudió con Jascha Heiftz.
Celia Treviño debutó a los 7 años en Monterrey, fue una gira triunfal por las ciudades más importantes del país en donde no sólo cosechó triunfos sino también la admiración de la alta sociedad; su madre, astuta para usar el apellido, consiguió el financiamiento necesario para mantenerse en Nueva York mientras continuaba con una preparación que hasta la fecha contadísimos connacionales han obtenido. Don Adolfo de la Huerta fue el mecenas.
Tanto Celia como Gloria están en la larga lista de niños prodigio cuya madre les exige que cumplan sus sueños y que además la mantengan; una vida dedicada al estudio mientras poco a poco la fortuna menguaba y la ilustre señora caía en la más lastimera quiebra sin tener la menor idea de cómo administrar, ni mantenerse; humillados y cabizbajos volvieron a un México en el que ya no tenían las ventajas de antaño.
Fueron años difíciles, hasta que la vena artística de Celia la llevó de vuelta a Nueva York, embarcándose en la gran aventura de ser profesional, independiente, libre. Posiblemente Celia Treviño no fue la primera violinista latinoamericana, pero sí fue la primera educada para ser estrella solista, nunca tocó en orquesta. Su vida está llena de interesantes aventuras, anécdotas, e inmensas penas como la pérdida de su única hija, la soprano Cristina Treviño, Trevi por su nombre artístico.
Los relatos de sus giras internacionales muestran las agallas de una jovencita de apenas 20 años que se embarca en una aventura por Sudamérica en la primera mitad de los 30. Tres triunfantes giras internacionales por tren, barco, carretera, la llevaron a lugares tan distantes como Egipto y Estambul; sus relatos de viaje están repletos de asombrosas aventuras en donde causa admiración imaginar su frágil figura violín en mano cruzando los mares.
Las historias de amor de Celia ni son de amor, ni son afortunadas; no tuvo enamorados sino secuestradores; según este texto en tres ocasiones fue objeto del amor de un hombre que sin su consentimiento, cual apache la encerraba, la explotaba y se quedaba con las ganancias de sus conciertos. En contraste tuvo una muy fructífera relación laboral con muchos artistas de su generación, se ganó el respeto y el reconocimiento por su profesionalismo.
El texto concluye cuando Celia Treviño apenas está en los florecientes 46; además de un par de poemarios, es autora de dos libros autobiográficos, el aquí descrito y otro impreso en 1974 titulado Su majestad el violín, tras su lectura conoceremos más de la artista y de la mujer.
El 29 de agosto en el Auditorio Nacional estarán en concierto los cinco finalistas de Ópera Prima, no se lo pierdan, no sabemos cuándo los podremos recibir en Culiacán.
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