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Columna

Resucitó de veras

EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA

    El rumor se extiende y se comenta en los diversos círculos de reunión, mientras el escepticismo y la aceptación se mezclan, removiendo la polémica entre antiguas frustraciones y el ánimo de confianza, en unos y en otros: ¡Jesús ha resucitado!, es la versión comentada entre quienes afirman y quienes niegan el hecho.

    Aún cuando hay ausencia de testigos físicos, en el momento de este acontecimiento y una carencia de una evidencia directa, sin embargo si existe el testimonio de quienes afirman haber visto las pruebas derivadas de este hecho, confirmando los rumores y sobre todo estaba el anuncio, ya existente, de un hecho que había de suceder.

    La tumba está abandonada, el cuerpo no está ahí y los lienzos, usados en la tradición mortuoria, estaban colocados de manera que habla por sí sola “¿Por qué dudan?” la pregunta parece cobrar sentido y la fuerza de la afirmación se extiende, dando paso a una evidencia más creíble, basada en el repetido testimonio de una insistente seguridad.

    La afirmación de la iglesia, asamblea de los creyentes, se ha convertido en una seguridad, porque Él ya lo había anunciado y anunciado estaba por la palabra de los antiguos profetas, las escrituras dan fe a este hecho ya descrito desde antiguo.

    La evangelia-buena nueva, es proclamada por doquier; ¡Resucitó de veras, nuestro amor y nuestra esperanza!, la polémica va dejando su lugar a la evidencia y una certeza se extiende apoyada por el testimonio creíble del resucitado, pasando a segundo término la necesidad de pruebas físicas, es el testimonio de la palabra de Jesús mismo, avalado por testigos presenciales, quienes afirman haberlo visto en diversas ocasiones portando los signos de la resurrección.

    Impulsados por este hecho, la comunidad creyente se lanza hacia otra tarea, en una misión continuadora del acontecimiento; es necesario llevar el mensaje hasta los últimos confines de la tierra. El envío misionero es parte inherente de la resurrección.

    La buena noticia de la resurrección es ahora doctrina de la naciente iglesia, el apóstol de las gentes y vaso de elección, con firmeza afirma: “Si Cristo no ha resucitado es vana nuestra fe”. El hecho se coloca en la parte central de la enseñanza cristiana y su significado debe permear toda la existencia, porque el cristiano es y debe ser un resucitado.

    “Fueron hechos testigos, cuando recibieron el signo del Espíritu Santo; todo se realizó en ustedes, ya que son imagen de Cristo”, dice así una antigua catequesis de Jerusalén, es el testimonio de una fe compartida capaz de enfrentar y doblegar todas las adversidades de nuestra existencia.

    La Iglesia vive la resurrección como hecho presente en su historia y en la vida de cada uno de sus miembros. El ritual del bautismo es renovación continua a un ser antiguo para entrar en una nueva vida, mediante el simbolismo del agua en su significado natural de un inicio de nueva vida, reviviendo todos los días en la fe y la esperanza de un Jesús vivo en medio de nosotros.

    ¡Cristo resucitó y resucitó de veras! Este mensaje ilumina nuestro horizonte, invitándonos a una esperanza siempre viva.

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