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"Tablas y Trazos"

"Adiós a José Emilio Pacheco"
15/11/2015 06:25

    Benigno Aispuro

    Yo fui un asiduo coleccionista de los Inventarios que el maestro José Emilio Pacheco (México, 1939-2014) publicaba en la revista Proceso.
    De hecho, hace unos años, cuando me di a la tarea de deshacerme del altero de revistas que reuní a lo largo de años, las revisé una por una para recortar esas colaboraciones semanales, junto con las que, por breve tiempo, publicó Gabriel García Márquez en los años 80, así como algunas entrevistas a personajes como Juan Rulfo, Chava Flores y otras que hoy, a la distancia, me parecen ya históricas.
    El Inventario lo leía con lupa. Pacheco es un autor multireferencial y siempre aprendía cosas nuevas porque cuando hablaba de algún tema o escritor que me interesaba, siempre me ponía a buscar algo más. Son columnas todas subrayadas las acomodé junto con las del Gabo, en carpetas de argollas, para uso particular.
    A Pacheco lo vi por vez primera allá en el 80, alumno aún de la UAS, cuando recibió el Doctorado Honoris Causa junto con Elena Poniatowska, Eraclio Zepeda y Carlos Monsivais.
    Eran los años en que sus libros Irás y no volverás, Desde entonces, No me preguntes cómo pasa el tiempo y Las batallas en el desierto, eran punto de referencia de los aprendices de escritores o poetas que éramos, y del izquierderío, que se sentía cobijado por su visión crítica y desinteresada del mundo y de México.
    La segunda ocasión que lo miré, más de cerca y ya sin el aura que fascinó al izquierderío (hoy, más preocupada por sus cotos de poder que por la ideología, como todos los partidos), fue en noviembre de 2007, cuando recibió un reconocimiento en la Feria del Libro de Los Mochis y, de refilón, lo trajeron a Culiacán, donde tuvo, en el Casino de la Cultura, un encuentro con sus lectores y poetas de aquí, en una reunión con mucho menos glamor que la de la UAS 37 años antes, pero mucho más cálida, pues nada más se habló de poesía, en un tono reverente del maestro con sus discípulos. En lo personal, me sorprendió la suma sencillez de este sabio de las letras (esa semana estuvieron allí, sucesivamente, el poeta David Huerta, Fabio Morábito y Carlos Montemayor, puras palabras mayores).
    Su obra poética es muy conocida. De tono coloquial, a veces sus poemas evidencian ser calcados de un texto científico pero poematizados (recuerdo haber leído uno – El origen de la vida- basado en la evolución de las especies) o de textos sociales como Las voces de Tlatelolco, un poema hecho con frases tomadas del libro La Noche de Tlatelolco, de Poniatowska.
    Y hay poemas como epigramas que son clásicos y multicitados por quienes gustan su obra: El llamado Antiguos compañeros que se reúnen, dice: "Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos a los veinte años", que se repite mucho entre quienes sienten que cambiaron sus ideales de juventud con el inexorable peso de los años.
    En mi oficina tengo a la vista el cartel con que se celebraron sus 70 años, con el poema El Mañana: "A los veinte años nos dijeron: 'Hay/ que sacrificarnos por el Mañana'./ Y ofrendamos la vida en el altar/ del dios que nunca llega./ Me gustaría encontrarme ya al final/ con los viejos maestros de aquel tiempo./ Tendrían que decirme si de verdad/ todo este horror de ahora era el Mañana".
    La izquierda de antaño gustaba recitar aquello de: "Bajo un sol que aparenta comenzar otra edad/ obreros, campesinos, pueblo, pueblo,/ van ocupando a México. Parece/ que es la revolución… No: / Son acarreados/ que trajo el PRI a aclamar al presidente" (en Multitudes).
    Hace poco un profesor me repitió los versos de Mar eterno: "Digamos que no tiene comienzo el mar:/ Empieza donde lo hallas por vez primera/ y te sale al encuentro por todas partes".
    Y en el poema Una cartita para Amado Nervo dijo: "Lo cursi es la elocuencia que se gasta./ No te preocupes/ si sonreímos con tus versos dolientes / y nos sentimos por hoy superiores. / Tarde o temprano/ vamos a hacerte compañía".
    Y en esta pequeña lectura-homenaje a este gran poeta, resulta inevitable su archiconocido poema Alta traición:
    "No amo a mi patria. / Su fulgor abstracto/ es inasible./ Pero (aunque suene mal)/ daría la vida/ por diez lugares suyos,/ cierta gente,/ puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris, monstruosa,/ varias figuras de su historia,/
    montañas/ -y tres o cuatro ríos-".
    Como ve, pese a su muerte, tenemos José Emilio Pacheco para rato. Basta tomar uno de sus libros y dejarnos arrastrar por esa voz luminosa, honesta, comprometida y sabia –porque nada de lo literario, que es la vida, le fue ajeno-. Se nos fue, pero como dijo, tarde o temprano le haremos compañía. En tanto, ¡salve, Maestro!

    Comentarios: aispurobeni@hotmail.com