I
Tengo que barrer a la tristeza,
sacar su polvo
de cada habitación que habito,
limpiarme el alma,
dejarla blanca.
¿Y si me quedo vacía
y mi hogar frío?
Solo tócame, amado,
para que se evapore
como agua de lago
y humo de cigarro.
II
Saber que es polvo
la vida que nos deja en su derrumbe,
lluvia de astillas que se clavan y envejecen
mohosas, dentro del cuerpo.
Apiladas heridas que ya no sangran
ni sudan los dolores,
solo conservan el olor a piel quemada,
putrefacta de hastío y de tristeza.
Saber que son polvo
las manos que saciaron su tacto,
los ojos que tenían el sabor de un beso
en su mirada,
los pechos arrullados con latidos y bramidos
de olas internas que chocaban y se deshacían
sobre la arena pálida y desértica del deseo.
Saber que es polvo
y el polvo es tan volátil como el viento,
pero pesado, como la tristeza.