Tomás Moro imaginó en 1516, una isla donde los hombres trabajaban seis horas al día y las casas se sorteaban...
Este hombre sabio le ganó a Julio Verne y a H. G. Wells al predecir la burocracia y el Infonavit.
Apenas en 1521, Hernán Cortés tomó la isla de Tenochtitlán y colocó los futuros cimientos del centralismo para gobernar un país, o sea el PRI, pero al Infonavit le faltaban varios siglos para incubarse como huevo de dragón, aunque antes cada ciudadano tributario del imperio mexica tenía su propia chinampa.
(Y si vivías en Tlatelolco, pues éxitos un pedacito del tamaño de un jorongo extendido para poner tu puesto en su famoso mercado, que se ya menciona con ironía en los códices y cantares que puso a nuestra disposición don Miguel León Portilla)
Los rusos a las casas tipo Infonavit me llaman “Krushovas” en homenaje al presidente Nikita Kruschev que apoyó estos edificios en forma de pichoneras. México ya había hecho el Multifamiliar Miguel Alemán y luego el complejo habitacional de Tlatelolco con sus impredecibles efectos sociales.
Hay quien afirma que Tomás Moro tuvo un discípulo en nuestro entorno: Vasco de Quiroga, quien trató de llevar a cabo la utopía en tierras que hoy son Michoacán y trató de revivir el calpulli azteca.
El libro del filósofo renacentista Tomás Moro -¡Santo Tomás Moro para la Iglesia Católica y para la anglicana por muy diferentes motivos!- no solo se llamaba Utopía: su título original en latín es Libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus, de óptimo reipublicae statu, deque nova insula Vtopi (en español, “Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía”)
El Renacimiento, a pesar de Leonardo, Bounarroti y Rafael Sanzio en realidad fue una cosa muy caótica.
Ya no tenemos la verticalidad de los filósofos de la historia como Francis Fukuyama o Furet, el embalsamador de la Revolución Francesa. Ese fue el tiempo de César Borgia y el exilio intolerante de árabes y judíos de España.
El propio Tomás Moro fue mandado decapitar por el rey a quien tanto sirvió, Enrique VIII, porque se negó a someterse a sus caprichos y a su iglesia recién inventada.
Hay una idealización del Renacimiento frente a la barbarie de nuestros pueblos y la verdad es que en Europa esa fue una época de mucha violencia y bastante perplejidad ante cada nuevo descubrimiento, pero al mismo tiempo, estaba la imaginación por encima de lo práctico.
Muchas veces el humanismo -con toda su carga de egoísmo y soberbia- dominaba todo, incluso la economía.
Todas estas reflexiones me han saltado y asaltado en la madrugada luego de ver el programa La gran librería, dedicado el Renacimiento y el siglo de las luces.
En la mesa estaba también el escritor Pascal Quignard y hablaron del desorden que era realmente el renacimiento, pero el comentó que el desorden a veces es bueno para algunas sociedades para que cambien “e incluso el desorden es bueno para el cerebro”.
El experto en Moro era un escritor llamado Frederic Vitoux que acaba de sacar un libro sobre ambos. Escribo muy triste su nombre como un crédito justo y necesario: a cómo está la industria editorial internacional y el gran bazar de literatura mexicana, difícilmente lo veremos traducido al español en poco tiempo.
Nos guardan años de oscuridad para la literatura y la lectura. Haga usted su parte.
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