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Columna

Tres películas peculiares

EL OCTAVO DÍA

    De antemano, aclaro que me gusta el cine raro y disruptor.

    Para los devotos de las culturas y fenómenos populares como yo, recomiendo “Mucho mucho amor, la vida de Walter Mercado” en Netflix.

    Sí, yo veo de todo.

    Sorprendente fue saber que Walter Mercado hacía teatro serio y cuando fue a la tele a promover una obra de Shakespeare con el vestuario de su personaje puesto, la conductora que lo conocía le pidió que les leyera los horóscopos en vivo a las personas y ahí nació el fenómeno.

    “Otro día hablamos de la obra de teatro. Háblanos del zodiaco“, le dijo.

    Ahora entiendo que Walter Mercado fue un equivalente a lo que resultó Juan Gabriel a México en el caso de Puerto Rico y, en esta última su isla natal, llegó a consolidarse como una demostración de orgullo propio.

    No me refiero solamente la cuestión gay, sino a la identidad de una comunidad bombardeada permanentemente por lo norteamericano. Aunque en el programa hay testimonios de que muchos padres tradicionales se volvieron más tolerantes al verlo en la tele todos los días.

    El éxito en otros países es admirado. En México no es garantía de respeto. Si fuéramos como los gringos, el Ingeniero Carlos Slim sería una figura súper venerada.

    El documental es estremecedor porque vemos cómo fue robado y privado de sus derechos de autor por muchos años en su gran momento de éxito. Y la soledad con la que pasa sus últimos tiempos, aunque por fortuna bien acompañado y confortado por sus hermanas, tías y sobrinas.

    La secuencia final es magistral: una expo en una galería museo de Miami tres meses antes de su muerte; la música, pues la Tocatta del Orfeo de Monteverdi, obertura de la primera ópera del mundo.

    También vi, en uno de los tantos canales chilangos del cable, la película “Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo”.

    No, no es sobre los grandes maestros, sino trata de un sicópata chilango prehípster que vive en esa esquina de la Colonia Anzures, con una señora bien graciosa que es la abuelita de la directora.

    Me encantó cómo recrea los interiores de esas casas con muebles viejos donde el tiempo se detiene y hasta los otros huéspedes parecen salidos de extras en una cinta de Mauricio Garcés. Buen proyecto escolar que llegó a excelente término.

    Al principio pensé que era ficción y solo una recreación nostálgica de un ex huésped bien gay que pinta, canta y escribe mediocremente y es descrito con ternura por la abuelita, una señora tipo Silvia Pinal con voz aguada, pero resultó que todo era de la vida real y el tipo asesinó a varias prostitutas en la Merced en 1993. Un hecho terriblemente real.

    Los caseros se dieron cuenta solo porque un día llegó herido de bala y después provocó un incendio tratando de borrar la evidencia en su amplio cuarto en la azotea. Murió en la conflagración.

    Por último, volví a ver “Un perro andaluz” de Luis Buñuel, aquella película silente que inauguró el cine surrealista y que provocó protestas y escándalo, además de un aborto en una asistente embarazada.

    Para mi sorpresa, le han puesto otra musicalización en España y al principio me incomodó no escuchar al inicio el Tango argentino, ya que ésta incluye melodías más oníricas y hasta usa el majestuoso cisne de Saint-Säens en la escena de la bicicleta, pero conforme siguió, reconozco que me gustó como funciona el nuevo acompañamiento musical. Ya será otro debate que tanto se puede cambiar la visión previa de una obra clásica.

    Una delirante obra maestra cuya música puso Buñuel en un fonógrafo la noche del estreno. El tango estaba de moda en París y también gustaba de usar a Wagner.

    Por cierto, en sus películas habladas a Luis Buñuel no le parecía correcto usar música de fondo que no estuviese justificada en la escena por un ejecución en vivo. Sostenía que era un truco para paliar malas actuaciones o direcciones. (El perro es un caso aparte por ser cine mudo).

    Las dos versiones están disponibles en YouTube, la biblioteca de Alejandría del video.

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