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Columna

Un mandamiento nuevo, siempre antiguo

EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA

    Cielos nuevos y tierra nueva, utopía de soñadores, concibiendo un mundo ideal en el cual la humanidad se reencuentre en un abrazo fraterno y la armonía y la convivencia sea manera común y ordinaria de desarrollo y de vida.

    La visión del apóstol san Juan profundiza en el legado del divino maestro, con su experiencia ya con un largo recorrido, contemplando crisis y debates causantes de divisiones en ese largo periodo de su existencia.

    La nueva ciudad santa es una alegoría del recinto morada de Dios, ahí donde se asentaba el templo, casa de Dios para los hombres, pues el mismo Dios tiene por morada todo el universo, según expresión de Salomón el día de su dedicación.

    Una extendida y añeja historia entre infidelidades y muestras de fe se había visto pasar, pero ahí había estado también el supremo testimonio del Amor Divino culminando en la entrega suprema de su vida.

    La utopía de un amor total, continuará siempre presente, aun cuando entrañe una lucha denodada contra la incomprensión y el rechazo de quienes por intereses egoístas, prefiriendo un mundo centrado en sí mismos. Pero merece la pena continuar la lucha.

    Utopía, en su raíz griega, algo que no existe, pero que puede y debería de existir, la idealización de un ideal, por el que muchos sienten que vale la pena luchar, el sueño inscrito en la nobleza de preclaros personajes quienes alguna vez pisaron este mundo, sin llegar el mundo completamente digno de ellos. Un canto de esperanza resonando a través de los tiempos y de los lugares.

    “Dios es amor y quien vive en el amor vive en el amor vive en Dios y Dios en él”, el evangelista san Juan, ante algunas comunidades entregadas a una lucha donde afloraba el egoísmo les recuerda que el camino adecuado para lograr la felicidad verdadera, no solo en este mundo, sino más allá de la trascendencia en la vida plena, es la siembra del amor, materializando el espíritu en este mundo.

    La cristalización de un mundo, en donde impere el arte de amar en una búsqueda de desarrollo auténtico, dentro de las limitaciones y deficiencias que llevamos dentro de nosotros será el objetivo final, cuando Cristo impere realmente en nosotros.

    Dios es amor, una definición de la divinidad, basada en la sensible expresión de un sentimiento impreso en las fibras de la humanidad, emergiendo para dar paso a la plenitud del hombre en toda su dignidad.

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