Un samurai en la Revolución Mexicana

EL OCTAVO DÍA

    La intranquila noche del 9 de febrero de 1913, el diplomático japonés Horiguchi Kumaichi durmió en un sofá de la Embajada Nipona en México, en la Calle de Orizaba, Colonia Roma.

    El Embajador había cedido su recámara, la principal de la casa, a los padres del Presidente Francisco I. Madero, quienes, al atardecer de aquel día, se habían acogido a la protección de la sede diplomática, amedrentados por el cuartelazo iniciado por Victoriano Huerta.

    Con los padres de Madero iban dos de sus hijas, con sus niños, asistentes, servidumbre. ¿Qué pensaría don Evaristo Madero? Tanta educación invertida en sus hijos en Estados Unidos y Francia, así como el honor en los ideales, los llevaría a esa situación de incertidumbre en la Embajada de un país remoto e inimaginable.

    De golpe, la Embajada japonesa tuvo que alojar a más de 30 personas. Horiguchi recurrió a la comunidad japonesa asentada en la Ciudad de México, que, no sólo le proveyó de camas y enseres, sino que se quedaron en la casa para protegerlos, durmiendo donde pudieron acomodarse, lo mismo en una mesa de billar que en los autos.

    Al grupo se unió la señora Sara Pérez, la esposa del Mandatario detenido.

    A Horiguchi lo movían dos grandes lealtades, cristalizadas en un ético sentido del deber: la amistad que unía a Sara Pérez y a Suchina, su esposa de nacionalidad belga, y la excelente relación entre México y Japón, fortalecida por tratados de amistad en tiempos de Porfirio Díaz y no menguada con la Revolución Maderista.

    El diplomático le prometió a doña Sara Pérez que ayudaría al Presidente Madero en todo lo posible.

    Los japoneses establecidos en México se unieron para ayudar al Embajador y se disputaban la arriesgada misión de ir en busca de alimentos, o para llevar textos telegráficos a la Oficina del Cable, en la Calle 5 de Mayo, para informar a Tokio de los sucesos en México.

    Así, la comunidad japonesa se convirtió en guardiana de la Embajada, pues corrió el rumor de que, por asilar a la familia Madero, sería asaltada por los golpistas.

    El 15 de febrero, Horguchi y más de 20 japoneses, armados con pistolas, rifles y katanas, montaron guardia toda la noche, esperando un ataque que nunca se produjo. El gesto le valdría al Embajador un sobrenombre: El Diplomático Samurai.

    Otro versión afirma que estuvieron a punto de ir a Palacio a rescatarlo.

    Le tocaría, pocos días después, una triste misión: solicitar, junto con otros embajadores, la entrega de los cadáveres de Francisco Madero y José María Pino Suárez, asesinados la noche del 22 de febrero. Horiguchi anotó en su diario la causa de la muerte del Presidente: dos balazos en la parte posterior del cráneo.

    Horiguchi Kumaichi acompañó a la familia Madero hasta el puerto de Veracruz. Allí, no se separó de ellos. Dos meses después de salvarlos, el Diplomático Samurai recibió la orden de dejar nuestro País en llamas para evitarle cualquier incidente con los Huertistas.

    “La intranquila noche del 9 de febrero de 1913, el diplomático japonés Horiguchi Kumaichi durmió en un sofá de la Embajada Nipona en México, en la Calle de Orizaba, Colonia Roma. El Embajador había cedido su recámara, la principal de la casa, a los padres del Presidente Francisco I. Madero, quienes, al atardecer de aquel día, se habían acogido a la protección de la sede diplomática, amedrentados por el cuartelazo iniciado por Victoriano Huerta”.
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