Y seguimos refugiados en el DVD ante la paupérrima cartelera comercial culichi.
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Exhibida efímeramente a nivel nacional hace un par de años, El mercader de Venecia (Williams Shakespeare's the merchant of Venice, EU-GB-Italia-Luxemburgo, 2004), puede encontrarse en los botaderos de los supermercados en un modesto DVD de Región 4 con formato widescreen, sonido 2.0, el trailer original y alguna pedacería menor (fotos, filmografías, notas del director y ficha técnica).
Hay que aclarar que esta obra shakespeariana es una de las menos montadas del bardo isabelino por la imperfección innata de la pieza y por su inocultable antisemitismo. Por ello, es laudable que Michael Radford se haya echado al ruedo fílmico a dirigirla, con algunos cambios que pueden considerarse significativos, aunque no tan radicales como para borrar el tono antijudío de la obra. En concreto, Michael Radford que firma como guionista/adaptador del filme- contextualiza con letreros informativos cuál era la cultura antisemita de la Venecia de finales del Siglo 16 -las restricciones económicas que se aplicaban a los judíos, la obligatoriedad de recluirse en un ghetto, la humillación de llevar un gorro de color rojo para ser identificados de inmediato por los cristianos- y agrega una escena clave (Antonio escupiendo el rostro de Shylock) que no aparece en la obra, aunque el hecho sí se menciona en cierto diálogo de la pieza.
Esta contextualización de Radford y la extraordinaria encarnación del judío por parte de Al Pacino (el famoso monólogo de Shylock Soy judío. Un judío, ¿no tiene ojos?... es genuinamente hipnotizante) subrayan lo que la simple lectura de El mercader de Venecia nos descubre de inmediato: que el verdadero protagonista de la obra no es el mercader veneciano Antonio (Jeremy Irons adecuadamente apagadón), por más que él lleve el título de la pieza, sino el amargado y rencoroso judío. Al darle razones históricas a Shylock para su odio desenfrenado por Antonio y al ser interpretado con tal nivel de perfección por Pacino, el usurero judío se vuelve un personaje más interesante y complejo (si es que esto es posible) del que aparece en el texto shakespeariano. Y tan es así que cuando Shylock cae en la trampa que él mismo ha construido con su terquedad y sale literalmente de la escena, la obra -y la película- se desinfla ineluctablemente. Aunque no tanto como para no recomendarla. Si no la ha visto, réntela o, de plano, cómprela.
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El artisterío local está en revolución por el enroque que llevó a Ronaldo González a una subsecretaría de educación y Sergio Jacobo a Difocur. Cuestiones burocráticas menores, diría yo. Ronaldo -con todo y su continuo e imperdonable ninguneo a la cultura cinematográfica- fue un decente director de Difocur. Se rodeó de un equipo que supo hacer su trabajo -gente como Francisco Padilla, Juan Esmerio y, sobre todo, Gerardo Ascencio- y tuvo el sentido común de evitar los pleitos y las controversias, tan fértiles en estos terrenos.
En cuanto al señor Jacobo, sin demasiada experiencia en el área, bien le haría releer los textos que Gabriel Zaíd ha publicado en los últimos meses acerca de la cultura en Letras Libres. Digo, por algún lugar tiene que empezar.
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