Ganadora, inexplicablemente, del premio a la Mejor Ópera Prima Iberoamericana en Guadalajara 2009, ha llegado a las salas comerciales de Culiacán Voy a explotar (México, 2009), tercer largometraje (sí, tercero, no primero) de Gerardo Naranjo (Malachance/2004, Drama/Mex/2006).
Vista a través de la espléndida cámara justamente premiada de Tobías Datum, la historia, tramada por el propio cineasta Naranjo, es una letanía de clichés y referencias godardianas/hollywoodenses más o menos bien asimiladas. Ya lo dijo Godard alguna vez y en su mejor época: "para hacer una película, todo lo que necesitas es una chica y un arma".
Naranjo tiene la chica, por supuesto, y no una, sino varias armas. Para acabar pronto, no necesita más.
En su primera parte, la cinta se nos descubre como un ingenioso y hasta divertido pastiche de la fórmula fílmica de los jóvenes amantes en fuga.
Román (Juan Pablo de Santiago) es el inadaptado hijo de un políticastro corrupto guanajuantense (¿foxista?) que, después de ser expulsado de todos los colegios privados habidos y por haber, termina huyendo, dizque a la Ciudad de México y pistola en mano, con la jovencita clasemediera también rebelde Maru (María Deschamps).
En realidad, los dos adolescentes no se han ido a ninguna parte: en una tienda de campaña y con las provisiones debidas (tequila incluido, faltaba más), se han ocultado en la azotea de la casa de Román, desde donde espían los ridículos comportamientos de sus respectivas familias, comandadas por un hilarante Daniel Giménez Cacho, que en el papel de un atrabiliario político derechista ("Respetillo, por favor") se roba la película cada vez que aparece.
El cerrado fatalismo que conlleva el dictum godardiano empieza a irritar en la medida que nos acercamos a un desenlace demasiado alargado que, de todas maneras, se adivina desde el principio.
La energía narrativa de Naranjo no está en duda, el manejo que hace de todo el reparto es intachable y su buen humor, especialmente en la primera media hora, es de agradecerse. Pero, vaya, este cuento ya lo hemos visto en muchas otras ocasiones y mejor contado.
Y, a decir verdad, algo anda mal en una historia de amantes trágicos cuando uno empieza a interesarse más en el villano (Giménez Cacho) que en los jóvenes héroes.
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