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"Vértigo"

"Oaxaca 2008"
06/11/2015 07:57

    ¿Se ha puesto usted a pensar qué hubiera sido de México sin Oaxaca? Un México sin Juárez ni Porfirio, sin Tamayo ni Toledo, sin Vasconcelos... Y sin su comida, lo que sería aun peor. Un México sin México.
    En fin, que nos fuimos el fin de semana -de jueves a domingo- a tierras oaxaqueñas, al segundo Festival de Cine Latinoamericano. El comité organizador de Oaxaca 2008, con infinitas sabiduría y generosidad, programó por la tarde la exhibición de las películas en tres salas del complejo de MMCinemas que se encuentra en Plaza del Valle. Así, después de la comida uno podía irse a encerrar en el cine y ver tres, cuatro o cinco películas consecutivas, dependiendo de la elección y los horarios.
    Esto nos dejó la mañana completamente libre para ir a caminar por la ciudad, darse una vuelta por Mitla o Monte Albán, o irse a comer unos chapulines y a beberse un mezcal sin preocupación de ninguna especie. Eso sí, a las 14:00 horas me encerraba en el cine a trabajar, porque a eso fuimos y si lo duda, a continuación va, a vuela pluma, lo que pude ver en esos tres días:

    Ciudad en celo (Argentina, 2006), de Hernán Gaffet. Se trata de una comedia melodramática sobre un grupo de amigos cuarentones que se reúnen en un bar de Buenos Aires llamado Garllington -en honor a Gardel y Duke Ellington, los santos protectores del dueño del changarro.
    El suicidio de uno de los amigos -el más exitoso, económicamente hablando, de ellos- hará que todos replanteen sus vidas y las propias relaciones existentes entre ellos. Lo mejor es el cuadro de actores, sin tacha alguna, y la belleza de las maduronas bonaerenses, que todavía aguantan un piano, y hasta dos. Por lo demás, la cinta no pasa de ser un palomazo indoloro y entretenido.

    El Diablo y la nota roja (México-GB, 2007), de John Dickie. La sinopsis prometía mucho: la realidad diluyó la promesa.
    Se trata de un documental sobre un hablantín periodista -"el diablo" del título- que trabaja en la sección policíaca del diario El Imparcial, de Oaxaca. El filme planea sobre muchos de los temas -la relación de él con la policía, las condiciones de trabajo de este tipo de periodismo amarillista, las reacciones de los familiares de las personas que aparecen en esa sección de ?nota roja?, la información usada como chantaje o arma comercial- pero no desarrolla en realidad ninguno. Una decepción, porque el tema y "el diablo" daban para más.

    Fiesta patria (Chile-Perú, 2007), de Luis R. Vera. Una película cuya premisa, con todo y ser muy convencional, no deja de ser interesante. Un par de jóvenes a punto de comprometerse en matrimonio se reúnen en una casa de campo con las extendidas familias de ambos, que estaban en bandos distintos en 1973. Los papás de la novia, de hecho, esconden un secreto que han podido ocultar durante mucho tiempo, y la citada reunión -y las eternas discusiones sobre el pasado, la dictadura, Allende, el comunismo, Pinochet- sólo servirá para colocar a cada quien en donde le corresponde. Y nadie sale bien parado. Tampoco la cinta, que se pasa de estridente, melodramática y sexosa.

    El hombre de las dos Habanas (The man of two Havanas, EU, 2007), de Vivien Lesnik Weisman. El mejor filme que vi en el festival es este divertido, absorbente y, al final, muy conmovedor documental sobre un hombre, Max Lesnik, quien fue un participante clave de la Revolución Cubana y que, en desacuerdo con Castro por su acercamiento hacia la Unión Soviética, se exilió en Miami desde 1961. El problema es que Lesnik permaneció durante mucho tiempo equidistante de Castro y de la mafia cubano-americana, lo que lo convirtió en un blanco de ataques, hostigamiento y hasta atentados terroristas. El retrato de este hombre terco, rebelde, insensato, incansable, es un acto de amor: la cineasta es su hija quien, desde el inicio, confiesa que se siente resentida porque su papá amá más a Cuba que a nadie. Creo que esta cinta merecía un premio, pero se exhibió fuera de concurso.

    Orlando Vargas (Uruguay, 2005), de Juan Pittaluga. Impecablemente dirigida, estamos ante una cinta sobre un hombre -el Orlando Vargas del título- que abandona Montevideo con su mujer e hijo para irse a ocultar a una casa de playa. Alguien lo sigue, aparentemente de la policía. Por qué huye, qué hizo, por qué se siente tan alejado de todos, es un misterio. Así como su posterior desaparición. La cinta abreva de la misma tendencia opaca, elíptica, minimalista, que ha cundido en el cine conosureño en los últimos años. El filme nunca deja de ser intrigante, y más con la continua aparición de la voz de Cuco Sánchez ("Fallaste Corazón") en la banda sonora.

    No mires para abajo (Argentina, 2008), de Eliseo Subiela. Esta película es la summa perfecta de las razones por las cuales se me indigesta el cine de Subiela. Parrafadas en off dizque poéticas, ridículas escenas realista-magicosas y una cursilería sexosa de pena ajena. La trama gira en torno a un joven sonámbulo que acaba de perder a su padre. El tipo, caminando dormido por las azoteas de su barrio, cae en la cama de una jovencita que es experta en el Kamasutra. Yo me salí del cine cuando ella, desnuda por completo, le dice que es necesario bautizar el sexo de cada uno. Ella, por ejemplo, le puso "adoratriz" a su vagina. Él, en un arrebato de genialidad, decide llamar Marlon (en honor de Brando) a su pene. En ese momento salí despavorido de la sala. A eso yo lo bautizo como "graciosa huida".

    Riverside (Colombia, 2007), de Harold Trompetero. Había escuchado muy buenos comentarios de esta cinta por parte de algunos colegas, pero yo no puedo hacerles segunda. La premisa, en todo caso, es novedosa: un matrimonio inmigrante viviendo en Nueva York -él es colombiano, ella es de origen ruso- han terminado en la calle, a pesar de que es obvio que tuvieron momentos de éxito y opulencia. Ahora son dos homeless bien vestidos y orgullosos, que viven entre cartones pero que toman vino en copas elegantes frente a Central Park. La cinta tiene un buen inicio y su primera parte es muy disfrutable. Por desgracia, hacia el final se desliza un tremendismo que ni siquiera llega a ser genuinamente desgarrador. Una oportunidad perdida, aunque se puede ver completa sin necesidad de huir de la sala.

    Lo bueno de llorar (Chile, 2007), de Matías Bize. Un pequeño, modesto, pero bien hechecito melodrama que sigue a una pareja en la noche que deciden que van a romper su relación. Bize es un cineasta seguro de sí mismo que se toma todo el tiempo necesario para desarrollar la historia de este rompimiento y los orígenes del mismo. Tomas largas, diálogos naturalistas y un par de actuaciones -de Alex Brendemühl y Vicenta Ndongo- intachables. Hay que seguirle la pista a Bize.
    El sábado por la noche se entregó el siguiente palmarés:
    -Mejor cortometraje: Un riff para Lázaro, de Remi Borgeaud (Cuba- Guatemala, 2007).
    -Mejor largometraje documental: Desterrados, de Gustavo Mora (México, 2008).
    -Mejor largometraje de ficción: Orlando Vargas, de Juan Pittaluga (Uruguay, 2006).
    No vi toda la competencia de todas las categorías, pero sí pude revisar Orlando Vargas y debo decir que esta cinta no fue mala elección como Mejor Largometraje de Ficción. Por otro lado, fue una pena que no haya podido ver Desterrados, pero el viernes, cuando estaba programada su exhibición en una de las salas del complejo de MM Cinemas -un día antes se había programado en el Teatro Juárez-, hubo una suspensión porque el productor no se encontraba en la ciudad y se había llevado la copia del filme (Ni modo: ésa fue la explicación).
    En fin, el Segundo Festival de Cine Latinoamericano tuvo saldos buenos y malos. Aunque en cada uno de los tres días que estuve en Oaxaca pude ver, por lo menos, un buen filme, la verdad es que la programación podría mejorar significativamente para la próxima edición. Otro asunto a repensar: la asistencia a las salas fue bajísima (hubo funciones en donde estábamos algún par de colegas y yo), aunque también hay que aceptar que esto es un problema perenne en todos los festivales nacionales a los que he asistido (la excepción: el FICCO chilango).
    Por lo demás, el trato de los organizadores fue siempre el más comedido y amable posibles. Y algo más a favor del Festival: la ciudad de Oaxaca invita a ser visitada una y otra vez, con cine o sin él. Y allá volveremos, sin cine o con él (esperemos, por supuesto, que con él).

    Comentarios: cinevertigo.blogspot.com