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"Vuelo libre"

"Jesús Vizcarra y las trampas de la fe"
06/11/2015

    Martín Amaral

    En el punto más alto de la campaña política de Jesús Vizcarra por la alcaldía de Culiacán, el analista financiero David Páramo dijo en su programa nacional en Radio Fórmula ?cito de memoria- que no entendería si los culichis no votábamos por Vizcarra, ya que no sólo era un empresario exitoso, ?estúpidamente rico?, sino también buen legislador y Secretario de Desarrollo Económico.
    Y los culichis votaron mayoritariamente por él. Como en los mejores tiempos de la aplanadora priista. También yo. La única vez que no he votado por la izquierda. No por su riqueza sino por hastío de los políticos tradicionales, por sus grandilocuentes intenciones y pobres resultados. Después de la opacidad mediocre de Aarón Irízar, y la retórica hueca del candidato del PRD, Óscar Loza, ya no importaba el color del gato sino que supiera cazar ratones.
    Voté por Vizcarra influido por la coyuntural experiencia laboral con otro empresario que también expandió su territorio más allá del lucro inmediato: José Ignacio de Nicolás, cuando dirigió la Junta de Asistencia Privada.
    Conocí entonces un saludable pragmatismo, una exigencia por elevar miras, no sólo por cumplir metas sino una ambición por estar entre los mejores. Lejos de la mansedumbre bucólica del político convencional, que llega al puesto para hacer amigos y no a cumplir una misión.
    La experiencia de empresarios en funciones públicas invierte el arquetipo del viejo sistema: se empieza en la política para hacer dinero y se convierten después -ya cebados- en empresarios.
    La visión empresarial de exigir resultados puede, en un sentido positivo, dinamizar el aparato público. Aunque también tiene riesgos: concentrar poder económico y poder político en las mismas manos. Usar información privilegiada para fines privados. Algo que igual sucede con empresarios fuera de la función gubernamental. Algo que sucede en este país de forma cotidiana, donde los poderes reales se superponen y conviven parasitariamente.
    No creo que sea el caso de Vizcarra o de José Ignacio de Nicolás. Ambos vienen de grupos empresariales sólidos. Los dos son jóvenes, han tenido más trato con el mundo y han resultado funcionarios sobresalientes.

    Pero saber contar no es saber cantar
    En los últimos días un ruido de creciente oleaje ha aparecido en torno a Jesús Vizcarra: el subsidio con dinero del Ayuntamiento para la operación de una organización no gubernamental llamada Salud Digna, Institución de Asistencia Privada (IAP), creada por Vizcarra como una oficina de atención ciudadana llamada Corresponsabilidad, cuando fue Diputado federal, y que luego se transformó a la figura legal de IAP.
    Antes, recién llegado a la presidencia municipal, Vizcarra vivió el affaire de la camioneta blindada que el Gobierno le había asignado antes de tomar el poder. Lo resolvió declarando que la devolvería y compraría una igual con su dinero (que para eso tiene harto). Otro apuro fue cuando nombró a su mamá, María Calderón de Vizcarra, como enlace con las asociaciones religiosas, en un área que ya no existía en el organigrama municipal.
    Tres conflictos, más de forma que de fondo, en menos de cuatro meses. Tres conflictos que nos hablan de la dificultad que ha tenido el Alcalde al pasar de lo privado a lo público, de apadrinar, del mecenazgo a hacer política. Son ?o deberían ser- dos esferas delimitadas.

    En los tres aprietos me parece ver una práctica, una forma de actuar, que en el empresario es una virtud y en un político un lastre: el individualismo arrebatado, el voluntarismo que en la empresa domeña la realidad y en la política manda señales de tozudez o aún de arbitrario. Esa declaración de ?háganle cómo quieran?, ante el cabildo.

    Un acto de fe en las capacidades empresariales: en el empuje, en su autosuficiencia, en la capacidad transformadora (ese es justo el lema de su administración: transformar Culiacán, tan ambicioso para tres años que es un fracaso anticipado). Ese ejercicio de autoafirmación constante, yo en la cima, yo autorrealizándome, que en el caso de Vizcarra le está causando mella.
    Llevamos tanto tiempo mal interpretando a los empresarios, viéndolos sólo como gente que sólo persigue la ganancia personal, y estamos tan escamados con el uso patrimonialista que los políticos han hecho de los recursos públicos, que los desatinos de Vizcarra se amplifican.
    En el caso de Salud Digna, Institución de Asistencia Privada (IAP), Vizcarra no comete delito: es común en México y el mundo que los gobiernos destinen recursos a organizaciones cívicas. El problema está en la forma. Que la propia IAP no aclare públicamente su operación y financiamiento.
    Vizcarra no debió incluir a la IAP que creó y que le da dividendos en su imagen pública. No porque no pueda, sino porque no debe. Al final se trata de recordar lo que Roma pedía a la mujer del Emperador: no sólo debe ser honesta, debe parecer honesta.
    Personalmente creo que Vizcarra es un gato que sabe cazar ratones. Es cuestión de que el cascabel no le haga ruido.
    amaralmartin@hotmail.com

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