"El fantasma infrarrealista"
MÉXICO (UNIV)._ En agosto de 1976, un grupo de escritores latinoamericanos, comandados por el chileno Roberto Bolaño y el mexicano Mario Santiago Papasquiaro, fundaron el movimiento infrarrealista.
A más de 35 años de distancia, esos escritores "infras" viven más en la leyenda edificada por Bolaño en su novela Los detectives salvajes -donde los llama "realvisceralistas"- que en la realidad; casi como en la novela, ese grupo de poetas no dejó textos escritos ni documentación poética por ninguna parte.
Fuera de Bolaño y Bruno Montané -considerados sus guías y teóricos-, de Mario Santiago Papasquiaro y acaso de Pedro Damián Bautista, el infrarrealismo es más un momento que un movimiento literario. Para algunos estudiosos, ensayistas y poetas, ellos fueron un pequeño grupo de amigos pero no un movimiento; para otros, fue una rebelión vitalista.
En este 2013, cuando se cumplen 15 años de la muerte de Papasquiaro, ocurrida en la Ciudad de México el 10 de enero de 1998, y una década del fallecimiento de Bolaño, ocurrido en Barcelona el 15 de julio de 2003, ese grupo de poetas que vivieron seducidos por la utopía de "volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial", es revisado por los poetas y ensayistas José María Espinasa, Armando González Torres, Aurelio Asiain y Luis Felipe Fabre.
José María Espinasa asegura que Los detectives salvajes le otorgó al infrarrealismo un lugar en la mitología literaria mexicana y latinoamericana.
"El talento de Bolaño -indudable, sobre todo como narrador- se combinó, después de su lamentable fallecimiento, con un fenómeno de ventas que hizo que los profesores y académicos se pusieran a leer aquello que antes despreciaban. También provocaron un cierto interés entre los verdaderos lectores, pero este se diluyó pronto".
Niños salvajes
Es simbólica la foto de los jóvenes poetas sentados en las escalinatas de la Casa del Lago, donde tomaban el taller con Juan Bañuelos, a quien "renunciaron" en una carta contestataria; ahí están Bolaño -al centro- y Santiago Papasquiaro -arriba- con otros siete "infras" que se perdieron en el tiempo.
El Manifiesto Infrarrealista de poco más de seis cuartillas, redactado por Roberto Bolaño en 1977 señala sobre todo su afán de desbaratar la cultura oficial. Hay quien dice que era un grupo de unos 40 poetas, otros dicen que no eran más de 30 "alegres muchachos proletarios".
"Los infrarrealistas fueron un pequeño grupo de amigos, no un movimiento, con intención contestataria, enamorados de la vieja figura romántica del poeta como encarnación de una sensibilidad en carne viva y una conciencia crítica y en permanente crisis, inasimilable a ningún valor social y a ninguna moral establecida, rebelde a toda forma de institucionalización y transgresora por definición", asegura el poeta, ensayista, traductor y profesor universitario Aurelio Asiain.
Y es que el infrarrealismo es un fenómeno esquivo, Luis Felipe Fabre asegura que aun leyendo los poemas de sus integrantes, resulta difícil definir en qué consistía, y que tal vez ni ellos mismos lo sabían con claridad. Sin embargo, Armando González Torres encuentra ciertas coincidencias estéticas entre algunos de ellos.
"Hay, en general, una tendencia a la dislocación sintáctica, a la supresión de la puntuación, al uso de onomatopeyas y violencia verbal y a la libre asociación de ideas como forma de composición. Pero tal vez más importante que estos rasgos estilísticos, sea el culto a una figura del artista maldito, bohemio y contestatario que asume su marginalidad como un apostolado. No extraña que mucha de la producción infrarrealista sea una poesía confesional y descarnada que combina una rebeldía adolescente con un tono de insurrección y resentimiento".
¿Sin legado?
Para José María Espinasa, los infrarrealistas no dejaron ningún legado. En los últimos años han aparecido algunos libros, en especial de Papasquiaro, pero en general son poetas sin libros.
"Habrá que esperar que la sacralización de las actitudes y actividades extrapoéticas del infrarrealismo no incidan, en sus nuevos adeptos, en una lectura complaciente de su obra", concluye Armando González Torres.