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"EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA"

"El don de la alegría"

"Columna Religiosa"
13/02/2016 16:12

    Padre Amador Campos Serrano

    Salpicada de pequeñas momentos, la alegría humana es un tenue reflejo de la inmensidad de la alegría plena existente en la esencia divina, de la cual nosotros formamos parte y participaremos, alguna vez, completamente. Pero aunque solo sea un tenue reflejo, sin embargo es un reflejo real.

    Encontrar, alrededor de nuestro mundo, motivos de optimismo, al admirar la belleza, el ingenio y las maravillas existentes o encontrar en los obstáculos, apasionantes retos para superar, es la forma positiva de vivir, saliendo al encuentro de la felicidad.

    No obstante, toda alegría y felicidad humana siempre es limitada, al estar inmersa en la continuidad del tiempo, que da caducidad a la vigencia de toda vivencia humana, causando en nosotros la insatisfacción, con un sentimiento de algo irreal.

    La alegría nace de lo profundo del ser humano, es decir de una esencia dotada de potencia espiritual, que lo hace semejante a Dios y es una muestra de generosidad hacia los demás y hacia el entorno que nos tocó habitar.

    Dotado de inteligencia y voluntad, el ser humano es capaz de dar una nueva dimensión a sus actos y experiencias, convirtiéndolas sus sentimientos en acciones humanas, al ser apoyadas por la razón, con la potencialidad de decidir lo que sea conveniente, incluso superando adversidades.

    Para el cristiano, el don de la alegría adquiere un nuevo valor y significado, a ser iluminado por el Espíritu Divino que conduce a aquella alegría sin límites, de la cual participa por el hecho de ser hijo de Dios.

    A pesar de las continuas luchas, muchas veces adversas, el cristiano debe ser un hombre alegre, siendo consciente de su alta dignidad, así como del destino final que le espera, por ello las cargas y penas del presente son nada, comparadas con el destino final que nos ha sido reservado.

    No podemos poner como causa final de nuestras alegrías a las cosas o acontecimientos tangibles y limitados que nos rodean, por muy atractivos y maravillosos que nos resulten, pues al ser falibles y limitados, no pueden satisfacer plenamente nuestro ser profundo, que está orientado a la trascendencia, nuestra alegría debe brotar de la alegría plena de sabernos hijos de Dios.