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Columna

Para educar, paciencia

EDUCACIÓN EN LA FAMILIA
02/02/2023 13:18

    La paciencia es vital, no solo para educar a los hijos, quedaron atrás aquellos tiempos en que la vida sucedía tranquila, los hijos salían a jugar en la calle y los padres, sobre todo las madres no corrían como cucarachas en incendio de una actividad a otra con compromisos de toda índole y el estrés a todo lo que da, vivimos en otra época pero debemos cuidar que sea vivir.

    Los hijos no aprenden tanto de lo que decimos sino de lo que hacemos, y si lo que hacemos es estar crispados ¿cómo podremos hacerles entender con lo que decimos crispados? que termina siendo a gritos. Para crecer, funcionar y aprender los niños y los adultos necesitamos un ambiente tranquilo, controlado, respetuoso y asertivo, los adultos lo tenemos muy comprobado.

    Cuando nos dirigimos a los niños estos necesitan ver que estamos absolutamente convencidos de lo que decimos y que por ese mismo motivo somos capaces de decirlo serenos, sin perder las formas, esto además permite mantener una conexión profunda y significativa con nuestros hijos, y además aprenderán que perder las formas nunca es el camino adecuado. A veces es difícil no perder la paciencia especialmente cuando ya hemos acumulado mucho estrés o angustias previas por el trabajo o cualquier otro problema familiar, entonces se pierde el control y explotamos y gritamos, se pierde todo además de sentirnos mal, maltratamos y decimos cosas que no se deben decir.

    Perdida la oportunidad de educar, y eso hay que evitar, la crianza de los hijos es complicada, está claro, pero debemos procurar que las presiones diarias el nivel de estrés no terminen explotado con los hijos ya que son los que más cariño y buenas palabras necesitan además de aprender a luchar con sus propias emociones que aún no son capaces de manejar. Necesitamos estar en sintonía con sus emociones, ayudándoles a calmarse y desarrollar habilidades y valores tan importantes como la empatía.

    Para los chiquitos que no tienen el cerebro y sistema nervioso totalmente desarrollados, comportarse adecuadamente será complicado, por eso los padres deben servir como modelos y mostrar el camino de calma y solución de problemas en paz, esa paciencia adema, es la que hace que los niños se sientan seguros y aprendan a tener autoconfianza e interés por hacer las cosas cada día mejor.

    No perder de vista que el ánimo que se tenga en ese momento influirá mucho en las reacciones, así que es importante aprender a relajarse antes de nada. Tanto en el trato con niños o con adultos aprender a alejarse, no solo para bajar la rayita sino para ver desde otro ángulo, darse cuenta que no lo hacen como algo personal de ganas de fastidiar, suficiente para contar hasta veinte pero no demasiado porque las consecuencias deber estar en el momento.

    Se necesita empatizar con la frustración de los hijos aunque estemos ocupadísimos, ellos se sienten frustrados cuando no consiguen lo que desean lo que hace que se comporten mal, pero salirse con la suya nunca debe incluir el ser o no escuchados porque esperan de uno que les ayude a encontrar esa calma perdida.

    Es fácil decir “no debes gritar a tu hijo” o “debes respetar a tus hijos en todo momento y circunstancia pero muchas veces se vuelve muy complicado se necesitan algunas guías la primera es armarse de paciencia y abandonar los gritos que nunca conducen a nada positivo.

    Para comprender mejor el problema y solucionarlo hay tres formas de reflexionarlo: la situación. La retrospectiva y la perspectiva: la situación particular que tiene lugar en ese momento las condiciones cambiantes y si es necesario cambiar el comportamiento de acuerdo con la situación. La retrospectiva ya sucedió no cambia pero si se puede aprovechar para comprender a la persona, su comportamiento, experiencias, errores, saca conclusiones. La reflexión perspectiva implica el análisis principalmente sobre la secuencia de acciones y posibles consecuencias. Es decir: esto sucede, que lo detona, cuales son las manifestaciones buenas o malas, cuales las acciones más convenientes o que mejor funcionarían para evitarlo o para propiciarlo.

    La idea es no solo sobre lo que hace el hijo sino como lo resolvimos los padres, que luego sucede que a consecuencia de nuestras acciones nos sentimos chinches y terminamos reprochando uno al otro, en lugar de reflexionar sobre el problema, los porque, y las consecuencias y medios para evitar o propiciar.

    Es una cosa que no está en la vida de casi nadie eso de reflexionar sobre lo que hacemos cuando lo hacemos o no, solo es cuestión de hacernos las cuatro sencillas y necesarias preguntas antes de que la situación empeore: ¿Qué estoy haciendo? ¿Para qué? ¿Qué es lo que quiero como resultado de mis acciones? Y ¿Cuáles serán los resultados?

    El chiquito tira el vaso de jugo encima de la mesa por torpeza ¿qué hago? Grito “Mira lo que hiciste eres u torpe echaste a perder el pan” también se echa a perder la oportunidad. ¿Qué quiero? ¿Que estoy haciendo? ¿Qué resultados quiero? Lo que es seguro es que no aprenden con gritos.