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Columna

San Rafael Guízar y Valencia

EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA
25/10/2022 12:55

    Como signo de un pastor entregado a su labor de atención a su rebaño, Rafael Guízar y Valencia vivió en una época, en la cual la decadencia después de una etapa de progreso en algunas áreas vino el caos llevando al país a tambalearse desde sus cimientos.

    El régimen de estabilidad, impuesto y conducido por don Porfirio Díaz que había tenido la consigna de continuar la reforma establecida por don Benito Juárez había llegado a un desgaste, lo cual finalmente vino a detonar en un estallido social con diferentes matices, las diferentes fracciones protagónicas tomaron el mando, dividiéndose, después, en grupos que terminaron en ser antagónicos, infectando así la estructura social.

    En esta vorágine, las corrientes ideológicas arremolinadas terminaron en convertirse en enfrentamientos mutuos, supliendo la pasión a la razón entre los miembros de la llamada Revolución Mexicana, para culminar con magnicidios entre ellos mismos.

    En la búsqueda de culpables en este caos, que continúa hasta nuestros días, se señalaron a varios sectores del entramado social, dividiéndola en supuestos bandos antagónicos, atizando la hoguera con supuestas ideologías, convirtiendo a unos en liberales, ahora llamados progresistas, con otros denominados conservadores, olvidando que todos navegamos en una misma nave llamada, patria mexicana.

    Varios actores fueron estigmatizados, incluso dándoles el título de traidores entre ellos estaba la Iglesia Católica y otras instituciones de credos religiosos, haciendo caso omiso de su aporte histórico, en la contribución a la construcción de la nación.

    Rafael Guízar y Valencia había nacido en 1878 en la ciudad de Cotija del estado de Michoacán, era una época en la cual se estaban implantando las Leyes de Reforma, las cuales habían dado origen al México actual como Estado-Nación.

    Don Benito Juárez García, había dado las directrices que las impulsarían, pero con el tiempo, poco a poco algunos las fueron desviando, como en el caso de la separación, no enfrentamiento, de la iglesia con el estado, cuya base era el mutuo respeto, según la premisa de la sentencia; “El respeto al derecho ajeno es la paz”.

    El licenciado Benito Juárez mismo, nunca desconoció a la Iglesia Católica, como institución, pues el mismo se reconoció como católico, lo cual se evidenció en varias ocasiones, como cuando le pidió a su hija, quien pretendía contraer matrimonio sólo por lo civil, que lo hiciera también por la iglesia, como era la fe en la cual había sido bautizada.

    Con la caída del porfiriato y el descontento social entre algunos sectores y algunos miembros de la iglesia reaccionaron, al perder privilegios, aunque la mayoría continuaron fieles en su entrega a su labor pastoral.

    Rafael Guízar había sido ordenado sacerdote en 1901, cuando contaba con 23 años de edad, entregándose al servicio de promoción de sus hermanos de fe, viajando continuamente, hasta que en vistas a su ejemplo y entrega fue nombrado formador del seminario.

    Siguiendo su vocación, creó un periódico con el cual hizo señalamientos a por las acciones impulsadas por un jacobinismo equivocado, en las cuales señalaban a la iglesia como impulsora de los supuestos males de nuestra patria.

    El joven sacerdote no desmayó en seguir fielmente su labor en favor de los más desprotegidos, desde las enseñanzas religiosas, lo cual le acarreó una persecución, teniendo que ocultarse usando su ingenio varias veces, con varias apariencias como la de médico naturista, vendedor o músico, con tal de llevar su mensaje, incluso refugiándose en el extranjero, precisamente cuando estaba en cuba fue nombrado obispo de Veracruz.

    Fue en 1920, fue consagrado obispo en La Habana, cuando el fervor y las pasiones ideológicas habían llegado a su clímax en las diferentes facciones y el caos posrevolucionario se matizó desencadenando una persecución religiosa.

    Enfrentando las adversidades del tiempo de su ejercicio episcopal este fue un viacrucis, exiliándose la mitad de ese tiempo en el extranjero, no obstante, nunca olvidó su compromiso de guiar a la iglesia arriesgando su propia vida y viviendo un martirio permanente.

    Finalmente culminó su paso por este mundo el 6 de junio de 1938, en la ciudad de México y el Papa Benedicto XVI lo declaró Santo el 15 de octubre de 2006.