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Columna

Vale la pena vivir

EVANGELIZACIÓN, EDUCACIÓN Y CULTURA

    Era la década de los años sesenta, el radio de bulbos, empezaba a ser sustituido por la moderna tecnología de los transistores. Desde algún lugar, las ondas radiofónicas traían el mensaje del Arzobispo de Nueva York, Mons. Fulton J. Sheen, un mensaje de esperanza, sintetizado en la frase que titulaba su conferencia: “Vale la pena vivir”.

    Impronta de Dios, la vida es la maravilla existente en nuestro planeta de inigualable grandeza, desde su aparición, con tintes de milagrosos, en el mundo de la materia no ha dejado de ascender en un continuo desarrollo, haciendo estremecer al mismo universo.

    En una cadena ininterrumpida de eslabones, trechos que pretenden abarcar el indefinido tiempo, los seres vivos existen y prolongan su permanencia en el mundo de lo tangible, cohabitando materia y vida en una unión sustancial.

    Un lapso de tiempo determinado, en su inicio y en su final, es la pertenencia de cada ser vivo; “Tu tiempo, mi tiempo, nuestro tiempo”, porciones definidas de la eternidad, dándosenos en pertenencia personal para, en ellas, plasmar nuestra marca personal.

    Un minuto transcurrido en el mundo de la vital animación no puede ser comparado con ninguna otra pertenencia tangible, vivirla con toda intensidad, en todas sus dimensiones, es el gran privilegio de estar aquí, en este mundo, donde la materia es coloreada en variados matices ofreciéndonos una caleidoscópica visión, que renueva el sentimiento y motiva la inspiración.

    Vivir y dejar vivir, premisa de una constante lucha por la defensa de la vida, el inapreciable regalo, por Dios puesto en nuestras manos. El día de hoy, con su carga extenuante de laboriosidad, es una oportunidad de salir al encuentro de quienes viven con nosotros, compartiendo nuestro tiempo y nuestro espacio, dándonos a nosotros a ellos al mismo tiempo que a ellos los recibimos.

    Vale la pena tener el privilegio de la vida, para poder dar vida a los demás sembrando, sembrando, muchas veces, en terreno árido para que otros vean un nuevo florecer, dibujando en su sonrisa la profunda satisfacción de recrearse en la maravilla de la creación.

    Dentro del relativismo de las cosas, la escala de los valores ubica a los valores, no importa la época o el medio, los avances tecnológicos o la situación social, cada uno tendrá sus puntos oscuros y sus lados favorables, finalmente el gran privilegio será, el haber estado ahí y el haber compartido un tiempo de la historia, la cual, más adelante, hablara de nuestros actos.

    “En Él estaba la vida y la vida es la luz de los hombres”, san Juan, el evangelista, nos descubre el milagro de la vida, milagro que nos introduce en el mismo seno de la Divinidad. La vida, Divino soplo, lugar en donde marcamos nuestra huella indeleble, legado a futuras generaciones en un diálogo de prolongación permanente, dando fe de nuestro paso por la vida.

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