Cuando el éxito se confunde con posesión. En toda empresa familiar hay un punto crítico: el éxito comienza a confundirse con posesión, y la posesión con miedo. Cuando eso ocurre, el futuro deja de crecer y empieza a enterrarse, igual que la fábula de Esopo.
Cuenta Esopo que un avaro, decidido a proteger lo que tenía, vendió todas sus pertenencias para comprar una pieza de oro. Luego, temiendo perderla, la enterró junto a un muro viejo y cada día iba a mirarla, como si la mirada fuera una forma de poseerla.
Un vecino observó esa extraña devoción, escarbó una noche y robó la pieza. Cuando el avaro regresó y vio el hoyo vacío, se lamentó como si le hubieran arrancado la vida.
Otro vecino, más sabio, le dijo:
“Pon una piedra donde estaba el oro. Para ti será lo mismo, porque jamás pensaste usarlo.”
Moraleja: Valora las cosas por su utilidad, no por su apariencia.
Esta fábula retrata, con sorprendente exactitud, lo que ocurre en muchas empresas familiares.
Se trabaja una vida para crear valor, pero cuando ese valor llega, se guarda, se aprieta, se protege... y se inmoviliza.
Hay familias empresarias que:
No delegan
No comparten decisiones
No sueltan el control
No distribuyen utilidades
No reinvierten lo suficiente
No preparan sucesores
No confían en nadie
Creen que conservarlo todo es garantizar el futuro, cuando en realidad es la forma más segura de perderlo.
¿De qué sirve acumular si no se invierte?
¿De qué sirve controlar si no se forma a quien seguirá?
¿De qué sirve tener patrimonio si nadie lo disfruta ni lo desarrolla?
El oro enterrado no brilla. Y una empresa detenida tampoco.
Muchos líderes familiares no comparten el poder porque lo confunden con identidad.
Creen, en el fondo, que sin ese poder la familia ya no los necesita.
Y así, sin darse cuenta, se convierten en el avaro de Esopo: protegen tanto lo suyo que terminan sin nada que proteger.
El problema no es la avaricia;
el verdadero enemigo es el miedo a soltar.
Acumular por acumular es otra forma de pobreza. Tener sin usar es igual que no tener.
Una empresa que se guarda todo nunca florece. La riqueza crece cuando circula, no cuando se encierra.
El poder retenido demasiado tiempo se vuelve una carga. Termina rompiendo relaciones, frenando innovación y apagando a las nuevas generaciones.
No disfrutar lo que se construyó es traicionar el esfuerzo que lo creó. ¿De qué sirve llegar lejos si no se vive bien?
La abundancia no está en lo que se guarda, sino en lo que se comparte, se confía y se transforma.
El poder que no se delega se pudre.
La riqueza que no se usa se vuelve piedra.
Y la empresa que no evoluciona termina enterrando su propio futuro... como aquel avaro que confundió mirar con poseer y perdió lo único que creía tener.
En la empresa familiar, el verdadero legado no es el oro que se guarda, sino el movimiento que se genera al usarlo con inteligencia y confianza.