"Practica entre perros, ganado y raspones"

La mesa estaba puesta y el desayuno listo para empacar, el reloj marcaba las seis en punto.
Tras haberse quitado las lagañas y darse un fuerte estirón para deshacerse de los últimos esbozos de un sueño reparador, Omar Rubio se dijo dispuesto a partir rumbo al entrenamiento.
"Ya se te hizo tarde, saluda hijo que hoy llevas compañía", se escuchó una voz dulce y muy femenina que rompió con las risas de sus compañeros.
Una vez "trepados" todos los aditamentos y energéticos a la Dodge 69, comprada el mismo año en que nació el bicampeón nacional, el trayecto de carretera rumbo al entronque que lleva a la presa Picachos fue anecdotario.
Un trayecto de más de 50 kilómetros lleno de obstáculos, como baches, topes, animales sueltos y muchos automovilistas iracundos, que lo mismo hacen sonar su bocina impacientemente, que se acercan peligrosamente demostrando su incomprensión.
Las piernas respondieron kilómetro a kilómetro, lo mismo en subidas, que en trayectos largos.
Fuertemente concentrado y motivado por su padre, que se ha convertido más en un amigo, Rubio continuó su constante pedaleo hasta sufrir su primera caída, justo cuando su entrenador le advirtió imprimir el paso.
"No pasa nada papá, fue un resbalón cuando estaba subiendo, nada más una raspadita, vamos a seguirle que todavía queda camino por delante", dijo entre risas.
Tras haber devorado un mayor kilometraje donde esquivó un grupo de perros que dormía apaciblemente, cortó su ritmo al ver un autobús de frente, y llegar a su destino, el joven sinaloense se abrazó con su compañero de entrenamiento, tras haber librado un día más de entrenamiento.