"Que nuestra meta no sea la originalidad"
No hay nada nuevo bajo el Sol.
Un amigo me contó que en una plática que tuvo con una amiga suya, Emma Godoy –conocida filósofa y psicóloga mexicana ya difunta–, ella le participó una idea que a él le pareció pretender originalidad; por lo cual le dijo que eso ya lo había dicho San Pablo. Entonces ella le respondió, con un buen sentido del humor: ¿Y yo qué culpa tengo de que a él se le haya ocurrido primero?
Esta anécdota deja ver cuatro cosas a la vez. Una es la importancia de no abandonar el sentido del humor, incluso al investigar. Otra es que todos podemos ser originales al menos en el sentido de descubrir algo por nosotros mismos, sin saber que otros ya lo hubieran descubierto antes. Otra es que no hay nada nuevo bajo el Sol, y que lo más probable es que casi siempre repitamos. Y la otra es que la originalidad en el fondo no tiene tanta importancia.
Contra lo último está el afán de patentar todo lo que se nos ocurra. Y nos dejamos impresionar por la cantidad de patentes logradas por algunas personas, como Edison y tantos otros.
Sin duda en nuestro mundo capitalista y competitivo las patentes tienen cierta importancia, pero con frecuencia muy exagerada. Por eso van apareciendo tantas formas de evadir las patentes, en aras de la libertad de investigación y del desarrollo del bien común; también han aparecido los plazos de vigencia de las patentes. Hoy se llega incluso al extremo de tener que patentar algo con el único fin de dejarlo abierto para que todos puedan usarlo, es decir, para evitar que alguien quiera patentarlo y acapararlo para uso exclusivo, en contra del bien común. Se ha dado el caso de que al menos se haya pretendido patentar un gen. Menos mal que nadie ha patentado el Sol, ni la Luna.
Originalidad y patentes son temas interesantes, también para los empresarios. Hoy sabemos que las patentes no nos ofrecen garantías absolutas. Sabemos que nos copiarán. Y por eso nos dedicamos preferentemente a actualizarnos, a reinventarnos, a estar pendientes de lo que la gente necesita o quiere, de lo que el mercado pide incluso sin saberlo explícitamente, como ha sucedido con los teléfonos celulares inteligentes. Debemos estar adelantándonos a los acontecimientos a fin de permanecer en el mercado, pero principalmente por el bien que se hace a los demás, al bien común.
La madurez nos va llevando a considerar que lo importante es que lo que yo descubra o invente se realice, aunque no sea yo quien lo realice; que se lleve a cabo el bien de lo descubierto o inventado. O como bien se ha dicho: lo demás es vanidad. ¿Qué se nos puede ocurrir que no se le haya ocurrido primero a Dios? Y la contraparte de todo esto es que copiar no siempre tiene que ser una maldad. Es legítimo copiar, y perfeccionar lo que se copia, cuando se hace razonablemente y para el bien común.
Me ha hecho reflexionar sobre estas cosas lo dicho por Muhammad Yunus (Premio Nobel de la Paz y fundador del banco Grameen para los pobres en Bangladesh):
“Si está interesado en lanzar una empresa social, no tiene necesariamente que diseñar una solución completamente nueva para el problema social que quiere abordar. Ya existen muchas organizaciones que han desarrollado enfoques creativos y eficaces para los peores problemas que enfrenta nuestra especie. Empiece investigando y estudiando la historia de intentos de abordar el problema en el cual usted quiere enfocarse. Usted puede encontrar una idea que lo inspire y que usted pueda copiar y adaptar a un entorno diferente”.
Lo que sucede es que el enfoque es diferente. Si lo que copiamos para hacer una empresa social proviene de una empresa de asistencia social, procuraremos la autosuficiencia económica. Y si proviene de una empresa tradicional, procuraremos que las utilidades no sean para nosotros mismos, sino para los pobres o necesitados. Muchas veces una simple copia puede transformarse en algo mucho mejor. Cada paso del proceso tiene su mérito, ya que muestra la forma en que el modelo puede adaptarse a nuevas circunstancias, en un entorno social diferente.