"Regresa Don Ismael a sus huertas de mango"
Ariel Noriega
MAZATLÁN.- Después de culminar una vida de éxitos empresariales, de cultivar y cuidar a una familia como si en eso se le fuera la vida, de triunfar en casi todo, las cenizas de don Ismael Díaz Vazabilvazo regresarán a las huertas de mango de su infancia.
Dueño de un sentido único para ver oportunidades de negocio, del liderazgo para encabezarlos, del don de gentes para sumar y convencer, de la generosidad para compartir y de la sensatez necesaria para no venderse a ningún partido político, don Ismael inició sus negocios en la Escuinapa que lo vio nacer y a la que jamás abandonó.
El 3 de enero de 1931 nació haciéndose un hueco entre sus siete hermanos varones y la herencia de un abuelo que le serviría para forjarse un futuro: la invitación para que se ganara la vida por su propia cuenta.
Así es, a pesar de que mucha gente piensa que don Ismael y sus hermanos recibieron tierras para sembrar el mango que después venderían por todo el mundo, la verdad es muy diferente, el abuelo heredó a una de sus hijas y obligó a los nietos a buscarse la propia.
Pero don Ismael estaba lejos de desanimarse, con el tiempo abriría tiendas de aparatos eléctricos, de discos, cines, mueblerías, todo en compañía de sus hermanos, a los que convertía en socios y los acompañaba de cerca en el mundo de los negocios.
Con el toque que tienen los empresarios exitosos, don Ismael sabía cuándo abrir o cuando cerrar un negocio, siempre atento a las posibilidades comerciales de Escuinapa y después de Mazatlán.
Pero aparejado a los negocios, don Ismael siempre conservó su amor por la tierra, por sus huertas, sus siembras, primero de granos, después de mango y por último de camarón, el espacio donde era feliz y donde sus hijos compartieron su pasión.
"Nos inculcó el amor por la tierra", recuerda su hijo Ismael.
Avecindado en Mazatlán, pero con un pie siempre en Escuinapa, a don Ismael le quedó chico México para vender sus mangos, así que se fue a Estados Unidos, donde fundó la primera importadora de mango, que después llevaría mango de otras huertas, de otros estados y finalmente de otros países.
Don Ismael podría presumir que él abrió la puerta grande para que saliera el mango mexicano al mundo, pero nunca lo presumía, tenía tantos proyectos en mente, para su gente, su pueblo, y terminó soñando con un proyecto que beneficiaría a todos, hoy es una realidad y se llama la Presa Picachos.
De respeto
Respetado por empresarios y políticos, no falta quien propone que la Presa Picachos lleve su nombre, un proyecto al que apoyó, antes que a su propio proyecto, el que más amó: la Presa Santa María, ese proyecto todavía estancado en los escritorios de los gobernantes.
Pragmático y realista como buen hombre de negocios, don Ismael supo que la Presa Picachos era un proyecto más viable y cercano que su amada Presa Santa María, la que le daría el empuje necesario al sur de Sinaloa, a la tierra de su infancia.
Una vez convencido de la importancia de la Presa Picachos, don Ismael invirtió gran parte de su esfuerzo para que se convirtiera en realidad.
"Mi padre era muy apasionado, era muy perseverante", recuerda Rodrigo, otro de sus hijos.
Don Ismael siempre aseguró que después de construida la Picachos muchos políticos se iban a colgar la medalla, pero siempre dejaba en claro que fue Francisco Gil Díaz, el Secretario de Hacienda en ese momento, la clave para que se designaran los recursos necesarios para construirla.
Uno de los rasgos que siempre lo acompañó fue su absoluto convencimiento de que era empresario y no un político, pero se ganó el respeto de todos a los que trató, incluso varios de ellos le ofrecieron puestos públicos, pero siempre dejó en claro que esas no eran sus parcelas.
Hombre de familia
Rodrigo recuerda con orgullo a un don Ismael que sólo su familia conoció de tiempo completo, dibuja a su padre como un hombre comprometido con su gente y junto con su hermano Ismael escribe algunos de los valores que lo definieron: el primero, su preocupación por la unión familiar.
"Llevó una vida muy sana, prácticamente no fumaba, no tomaba, iba al campo muy seguido, no se desvelaba, lo que hacía lo disfrutaba mucho, su pasión eran las huertas", revela Rodrigo.
Las fiestas de Don Ismael fueron las fiestas de la familia, la última en honor a él fue el pasado enero, se reunió la familia en pleno y celebraron sus 80 años.
Hay otra imagen de don Ismael, la de la gente que lo trató, de ellos un hombre se acercó ayer a Ismael hijo, en la esquina de la Plaza de la Concordia, iba en una silla de ruedas, pero se esforzó para alcanzarlo y decirle que fue su padre el que lo apoyó cuando llegó a la ciudad.
Gerentes, supervisores, empleados, cinéfilos, músicos, cientos de personas hicieron sus vidas, sus sueños y sus proyectos bajo el manto de los negocios de un hombre que nació para convertir los sueños en realidad.
Murió un sinaloense sin homenajes, quizá uno de los que más se lo merecen. Antes de partir pidió dos cosas, que sus paisanos no olviden su Presa Santa María y que sus cenizas sean esparcidas sobre sus huertas de mango