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Columna

Estructuras de explotación y corrupción

LETRAS DE MAQUÍO

    Al poco tiempo de haber tomado posesión de la presidencia de Coparmex, me entrevisté con el licenciado López Portillo en una reunión que se prolongó por más de dos horas. El tema fue el campo.

    Era lógico que así fuera. Yo había estado insistiendo en las bajísimas producciones que estábamos obteniendo y las enormes importaciones que se hacían, como resultado de tener por más de una década un crecimiento de la actividad agropecuaria inferior al demográfico. Además, el hecho de ser ingeniero agrónomo y ex dirigente de organismos de productores agrícolas en niveles regional y nacional, me daban la experiencia y la autoridad para hablar sobre el tema.

    Al inicio de nuestra charla le comenté algo que sigue siendo valedero. Le dije que el tema del agro era como Don Quijote de la Mancha: un libro que todos presumíamos haber leído, aunque la realidad era otra, para no ser tachados de ignorantes. Efectivamente, en nuestro país todo el mundo se cree perito en cuestiones agrícolas, y la verdad es que hasta los agrónomos pocas veces se alejan del pavimento.

    Insistí ante el Presidente, haciéndole ver que la fase distributiva de la tierra es una reforma agraria debería ser un proceso finito, que todos los países que habían efectuado sus reformas agrarias (Italia, Japón, países sudamericanos, etcétera) habían fijado un lapso de algunos años para distribuir la tierra. Aquí en México la tenencia de la tierra es un fin en sí mismo. Lo que pretende es repartir y repartir, aunque sea para que al final todos tengamos un pedazo de un metro para dos para que nos entierren. Le expliqué que una reforma agraria era como una ley hacendaria, que lo que pretende es distribuir riqueza, y que si en los tiempos de la Revolución la riqueza se encontraba en poseer cantidades enormes de tierra (aunque fuera improductiva) había sido necesario repartirla y esto había aumentado nuestras producciones agropecuarias.

    Hoy la riqueza no está en la posesión, sino en el trabajo, la tecnología, el capital y la capacidad administrativa. En otras palabras, lo que cuenta es el mono que se para arriba de la tierra y los recursos que sea capaz de allegarse.

    Le expliqué al mandatario que el paternalismo, la manipulación y el colonialismo de otros sectores hacia el agropecuario, habían conformado un subhombre carente de confianza en sí mismo y por ende en los demás. Por eso es el dicho campesino: “Ya que somos ignorantes vamos siendo desconfiados”.

    La educación que se imparte en México minimiza todos los valores de la vida campesina y, por lo tanto, cuando un hijo de ejidatarios se educa, inmediatamente piensa en abandonar el agro. Cuando a un maestro se le quiere castigar se le envía a una escuela rural. Cuando alguien no está bien con el sindicato del IMSS es asignado a un puesto periférico y, finalmente, cuando los obispos quieren castigar a un sacerdote, lo mandan al campo.

    Terminé solicitándole al licenciado López Portillo tres horas para hacerle una presentación sobre el agro y me las concedió. El trabajo que presentamos fue fabuloso. Demostramos con hechos que donde el ejidatario había trabajado en asociación con el pequeño propietario o con alguna organización privada, los resultados habían sido satisfactorios.

    Algún tiempo después surgió la Ley de Fomento y Producción Agropecuaria, la cual fue bastante controvertida. El argumento que se presentaba era que los tiburones se comerían a los pececillos. Lo anterior demuestra una vez más el poco conocimiento del agro o la mala fe, porque la explotación del campesino proviene fundamentalmente del propio comisariado ejidal, del ingeniero agrónomo del banco que financia o de la central de maquinaria que hace la maquila. Aunque existe el peligro de que el pequeño propietario o la empresa también quieran aprovecharse del campesino, creo que éste es el menos de todos.

    Como resultado de la Ley de Fomento y Producción Agropecuaria se formó, auxiliada por la Coparmex, en Salamanca, Guanajuato, la unidad de producción Emiliano Zapata, que inició con mil 100 hectáreas de ejidatarios y pequeños propietarios y hoy está trabajando más de 30 mil hectáreas. Las dificultades para organizar este grupo fueron múltiples. Inclusive el secretario de la Reforma Agraria se negó a firmar la autorización. Sin embargo, los resultados han sido buenos.

    Creo, sinceramente, que si no se han podido organizar más unidades de producción acogidas al marco de la Ley de Fomento y Producción Agropecuaria, se debe fundamentalmente a que al hacerse las asociaciones se rompen muchas estructuras de explotación y corrupción que no convienen a aquellos que lucran amoralmente. Por otro lado, existen tabúes ancestrales en aquellos que, desconociendo el agro, teorizan desde la capital, sin importarles el hambre de México.

    ¡Ojalá De la Madrid pueda convertir en realidad política estas asociaciones de productores que están fincadas en aquello que puede perdurar, que es el negocio productivo para ambas partes!

    Miércoles 17 de noviembre

    1982

    Por eso es el dicho campesino: “Ya que somos ignorantes vamos siendo desconfiados”.
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