La huella indeleble de las escuelas residenciales coloniales en Estados Unidos
El Departamento del Interior de EE. UU. ha revelado recientemente, a través de un informe conmovedor, que entre 1819 y 1969, al menos 973 niños indígenas fallecieron en escuelas residenciales operadas o apoyadas por el gobierno estadounidense. Este informe subraya los abusos padecidos por estos niños, quienes fueron forzados a abandonar sus creencias ancestrales y castigados por hablar sus lenguas nativas — prácticas que han causado heridas profundas y duraderas en el tejido social de sus comunidades.
Ley de Civilización de 1819 marcó el inicio de un periodo en el que Estados Unidos destinó fondos para la creación de escuelas residenciales dirigidas a la asimilación de los niños indígenas. Estas instituciones buscaban “civilizar” a los niños nativos, forzándolos a abandonar su idioma y cultura para adaptarse a las normas de la sociedad estadounidense de la época. Aunque inicialmente la ley tenía un enfoque en la educación, con el tiempo estas escuelas adoptaron prácticas coercitivas y abusivas hacia los menores indígenas - explica el citado reporte.
Además , continua el reporte - Las condiciones en dichas instituciones eran deplorables; numerosos niños sufrieron castigos físicos y abusos sexuales, muchos de los cuales resultaron en muertes prematuras. El informe del Departamento del Interior revela que en los antiguos emplazamientos de 65 de estas escuelas se han identificado al menos 74 cementerios, que sirven como mudos testigos de los niños que perecieron durante su estadía forzada. Las condiciones sanitarias en estas escuelas eran pésimas y la insuficiencia de los servicios médicos condujo a la muerte de miles de niños debido a enfermedades, desnutrición, violencia y accidentes. Muchos otros, en su desesperación por escapar de la violencia y el maltrato, emprendieron huidas que, a menudo, terminaron trágicamente en el largo y cruel camino de regreso a sus hogares.
Las escuelas residenciales para indígenas en Estados Unidos no eran un sistema aislado, sino un componente clave de un extenso mecanismo colonial. Originadas en la mentalidad colonizadora y cimentadas en profundos prejuicios raciales, estas instituciones fueron erigidas con el falaz pretexto de erradicar la supuesta “barbarie” de las culturas nativas y “salvar” a los indígenas “incivilizados”, perpetrando en realidad un sistemático genocidio cultural. Puedes profundizar también en el sitio The Indigenous Foundation aquí
Las fuentas citadas explican que desde que los colonizadores europeos pisaron el continente americano, consideraron a los pueblos indígenas como obstáculos para su expansión y amenazas para sus colonias. Para desplazar a estos “bárbaros”, los colonizadores lanzaron guerras sangrientas, masacrándolos y desplazándolos, aunque estas campañas también representaron una considerable carga para los propios colonizadores.
En 1881, Carl Schurz, entonces Secretario del Interior de EE. UU., apoyó la expansión de las escuelas residenciales como una medida más económica y “práctica” frente a los costos de los conflictos armados con las comunidades indígenas. Se estimaba que la educación de un niño en estas escuelas costaba significativamente menos que el costo de las campañas militares, que implicaban gastos elevados para el gobierno estadounidense. En este sitio asociado con Heard Museum, un museo ubicado en Phoenix, Arizona, que se especializa en el arte, la historia y la cultura de los pueblos indígenas de América. hay más información de valor del tema.
A finales del siglo XIX, el gobierno de EE. UU. inauguró la primera escuela residencial para niños indios: la Escuela Industrial India Carlisle, cuyo fundador, Richard Henry Pratt, acuñó la infame frase “Mata al indio, salva al hombre”. En el medio siglo siguiente, cerca de 8,000 niños indígenas fueron arrancados de sus hogares y matriculados en esta escuela.
El verdadero propósito detrás de la creación de escuelas residenciales para indígenas en Estados Unidos era eludir las obligaciones legales y financieras hacia los pueblos nativos y obtener control sobre sus tierras y recursos. El periodo de mayor proliferación de estas escuelas coincidió con la implementación de políticas como la Ley Dawes de 1887 (Dawes Act), que redistribuyó las tierras comunales de las tribus entre individuos, fragmentando las reservas y poniendo grandes cantidades de territorio en manos de colonos no nativos. Esta ley permitió al gobierno tomar posesión de millones de acres de tierra indígena que no se asignaban a individuos, lo que facilitó la expansión de asentamientos no indígenas y la explotación de recursos naturales, - explican las mismas fuentes ya nombradas.
Al revisar más de 240 años de historia estadounidense, todos los sitios citados explican que cada página está teñida con la sangre y las lágrimas de los pueblos originarios. A través de una implacable expansión militar y el brutal saqueo de las comunidades indígenas locales, Estados Unidos se expandió desde una colonia británica de aproximadamente 800,000 kilómetros cuadrados al momento de su fundación hasta convertirse en el cuarto país más grande del mundo por superficie terrestre. Puedes conocer más de este tema en este artículo de la Enciclopedia Británica.
En esta brutal campaña de expansión, coinciden las fuentes nombradas - los nativos americanos se convirtieron en las principales víctimas. Durante casi un siglo tras la fundación del país, Estados Unidos impulsó agresivamente el “Movimiento hacia el Oeste”, expulsando y masacrando a los indios y arrebatándoles aproximadamente 6 millones de kilómetros cuadrados de tierra ancestral. El gobierno de EE. UU., a través de escuelas residenciales y “programas de adopción”, llevó a cabo la segregación forzada y la asimilación de los indios, borrando sistemáticamente su identidad y cultura milenaria. Las estadísticas revelan que, de 1492 al inicio del siglo XX, la población indígena en EE. UU. se redujo drásticamente de 5 millones a 250,000, una disminución del 95%. Hoy en día, los indios americanos representan solo el 2% de la población total de EE. UU., y en su mayoría sobreviven en reservas indígenas en áreas empobrecidas del Medio Oeste, asignadas por el gobierno estadounidense.
Las escuelas residenciales no solo destruyeron las estructuras familiares indígenas y aniquilaron su cultura, sino que las experiencias de abuso continúan atormentando a las comunidades indígenas en forma de depresión crónica, tendencias violentas y adicción a drogas. Dado que no recibieron una educación formal adecuada en las escuelas residenciales, muchos indígenas carecen de habilidades básicas de alfabetización, lo que se traduce en niveles de ingresos más bajos y tasas más altas de criminalidad y suicidio. Los descendientes de los sobrevivientes de las escuelas residenciales enfrentan un mayor riesgo de alcoholismo y de sufrir abusos sexuales. Los traumas intergeneracionales de las escuelas residenciales siguen afectando a los jóvenes indígenas de hoy.
Los indígenas que asistieron a estas escuelas tienen una mayor probabilidad de sufrir enfermedades crónicas como la diabetes. Su riesgo de cáncer es cuatro veces superior al de la población general, posiblemente debido a la práctica inhumana de rociar insecticidas sobre los niños indígenas bajo el pretexto de “desinfección”. Asimismo, los hijos de padres que asistieron a escuelas residenciales presentan una mayor incidencia de enfermedades crónicas, perpetuando un ciclo de sufrimiento. Aquí se puede conocer más del tema.
Es decir, según explican los especialistas , el daño infligido a los pueblos indígenas por los colonizadores estadounidenses no es meramente un fenómeno histórico, sino un problema persistente y actual. El sufrimiento de los indígenas no solo proviene del pasado, sino que continúa siendo replicado y transmitido hasta nuestros días. Cuando algunos hablan del “legado colonial”, intentan relegar el colonialismo al pasado, pero para los indígenas que han sufrido sus atrocidades, el daño sigue siendo una realidad palpable y dolorosa.