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"El Cardenal laico y razonable"

"El Cardenal laico y razonable"
06/11/2015

    Roberto Blancarte*

    Dice el Cardenal Norberto Rivera que la verdadera laicidad es la que escucha la razón, no la que se deja llevar por la sinrazón. También señala que el cristiano "quiere ser oído, no pide fueros, sólo que su voz se escuche sin el prejuicio que de antemano se descalifica".
    El Arzobispo de México tiene toda la razón, aun si no estoy seguro que a lo largo de su trayectoria como sacerdote y como prelado de la Iglesia católica él haya seguido esa recomendación con sus propios hermanos sacerdotes y fieles.
    Más bien, tengo la impresión, misma que no me costaría trabajo documentar, de que el cardenal ha acostumbrado descalificar de manera prejuiciada a todos aquellos que se le han opuesto, o se han atrevido a criticarlo. Más allá de la razón, se han esgrimido argumentos de autoridad, morales y religiosos, que han pretendido definir de manera absoluta lo que es la vida, lo que son los derechos humanos, lo que las mujeres pueden y no pueden hacer con sus propios cuerpo, etc.
    Ahora, sin embargo, contra la pared, el Arzobispo de México apela al espíritu laico, a la razón y a la no descalificación. Muy bien. Pero entonces, el Cardenal tendrá que oír los argumentos y dicha posición le será recordada cada vez que pretenda utilizar argumentos dogmáticos, doctrinales, o de autoridad eclesiástica. Y esto supone también que el arzobispo tendrá que aceptar las reglas del juego democrático.
    En otras palabras, que aceptará lo que decida la Suprema Corte de Justicia y no pretenderá desobedecer lo que ella establezca.
    El Arzobispo de México y los miembros de la jerarquía católica tienen todo el derecho de expresarse con argumentos, e incluso ejercer presión sobre los ministros de la Suprema Corte. Pero al hacerlo, también están aceptando, o deberían hacerlo, que no son los únicos que tienen que decir algo al respecto.
    Y que la posición de los alrededor de 100 obispos no puede considerarse representativa de lo que piensa la enorme mayoría de católicos mexicanos, quienes no comparten la visión de los prelados católicos en muchos temas de salud sexual y reproductiva, incluido el aborto.
    Si por los obispos católicos fuera, no habría ni anticonceptivos ni condones en las farmacias, ni los mexicanos podríamos ir a ver las películas que quisiéramos.
    Y si en México hay anticonceptivos, educación sexual, libertad para asistir a obras de teatro o exposiciones artísticas sin censura, no es por obra y gracia del espíritu laico, razonable y democrático de los obispos, sino porque pese a ellos, el Estado mexicano ha garantizado, con el apoyo de los católicos de a pie y creyentes de otras religiones, todas estas libertades.
    Al final, el Estado laico no es más que un instrumento jurídico-político que nos permite a todos vivir de acuerdo a lo que nos dicta nuestra libre conciencia, en pacífica y armoniosa convivencia, en toda nuestra pluralidad y diversidad. Para poder hacer eso, hemos inventado reglas que buscan establecer las libertades máximas posibles, sin afectar los derechos de terceros o el orden público.
    Lo que los obispos católicos pretenden, no es ampliar los derechos de las personas, sino limitarlos. Quisieran que sólo las católicas que decidieran no abortar tuvieran el derecho de no hacerlo, pero desearían negar el derecho a interrumpir su embarazo a aquellas mujeres que están en desacuerdo con su doctrina. O sea, están sólo a favor de los derechos de quienes piensan como ellos.
    Un Estado laico no funciona con esa lógica, sino que empuja a más derechos para todos, no sólo para algunos. Un Estado laico, en la medida que tiene autonomía y no es el brazo armado de una doctrina religiosa o de una Iglesia específica, garantiza derechos para todos, independientemente de sus creencias, situación social, origen étnico o preferencia sexual.
    Por lo tanto, debe garantizar a las mujeres que no están de acuerdo con la jerarquía católica, sean o no de esa Iglesia, el derecho a abortar sin ser penalizadas por ello, así como el derecho a no abortar si así lo desean de acuerdo a su conciencia.
    Un Estado laico garantiza por lo tanto los derechos para los blancos, los mestizos y los indígenas, para católicos, evangélicos, judíos, mormones, testigos de Jehová, etc.
    Un Estado laico garantiza derechos a heterosexuales y homosexuales, a mujeres y hombres, a viejos y jóvenes. Un Estado laico, por el contrario, no puede imponerle a toda la población una visión religiosa o una doctrina particular. Y en un Estado laico, todos tenemos derecho a opinar, pero nadie tiene derecho a imponer a los demás medidas que les impidan gozar de sus libertades y de sus derechos, de acuerdo a la libre conciencia de cada quien, en el respeto de los derechos de terceros y del orden público.
    Ahora el cardenal quiere argumentar sus razones, mientras moviliza a unos cuantos miles, pocos, por lo demás, tomando en cuenta el número de sacerdotes y religiosos que hay en la capital, para hacer presión. Juega al razonable y a la movilización popular al mismo tiempo. Invoca derechos, pero niega los de los demás.
    Apela al Estado laico, pero va en contra de su verdadero espíritu. No importa. Dejémoslo hablar y actuar. Está en su derecho. Cuidemos nada más que no use esos derechos para aplastar los de los demás.
    *blancart@colmex.mx

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