Agentes inseguros

    La obediencia, mal entendida, termina siempre por generar resultados contrarios a los deseados, como ocurre en Mazatlán. Los agentes de Seguridad Pública creen que poner orden es evitar que el Presidente Municipal se irrite, y están dispuestos a evitarlo, a costa de todo.

    Entienden mal, porque creen que la Seguridad Pública es el Alcalde y no la población a la que representa. Si a alguien hay que sacrificar, entienden, es a la población, por encima del Alcalde.

    Por eso, reaccionan y se muestran dispuestos a usar la fuerza física en contra del “enemigo”, aunque el enemigo sea apenas menos de dos decenas de mujeres que se manifiestan para exigir que se respete, por paradójico que parezca, su integridad.

    El Presidente Municipal tendría una fiesta privada al interior del Palacio Municipal y la orden era no dejar que nadie se acerque a los alrededores del recinto oficial, con el argumento de que la pandemia obliga a todos a mantener la sana distancia y evitar aglomeraciones, aunque del interior, poco se sepa cómo aconteció el encuentro patrio.

    Y la obediencia de los agentes de la Policía Municipal ha sido entendida como la capacidad de violentar derechos individuales con tal de que el deseo de quien gobierna se vea cumplido al pie de la letra.

    Lo que ha quedado de manifiesto con la conducta de los agentes preventivos, es que apenas tienen nociones mínimas del derecho que tiene la población a manifestarse, del derecho a sentirse protegidos por los elementos policíacos, no agredidos, y de la responsabilidad de garantizar que todo transcurra en orden.

    Como en Mazatlán, en una gran parte de México, los principales responsables de la violación de derechos humanos provienen de quien ejerce el poder público, como las policías municipales. Se les capacita a medias, en todos los aspectos, pero no se les instruye en nada en cuanto a derechos humanos.

    La manera en cómo sometieron a una adolescente en Mazatlán deberá quedar grabado como un acto vergonzoso y debe ser, por el contrario, un punto de partida para que el trato a la población sea diferente, aunque no le guste a quien gobierne.

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