El viejo adagio mazatleco de que no hay Carnaval sin mitote llegó esta semana a nuevos niveles que ojalá no hubiéramos tenido que ver.
Cuando el mitote toca la seguridad, es un nivel que no deberíamos haber visto.
No es la primera vez, y lamentablemente tal vez no será la última, donde el contexto de violencia toca la gran fiesta.
No podemos olvidar la psicosis que se vivía en la anterior ola violenta en el puerto, en 2010, que originó una estampida y que hizo que el Carnaval del año siguiente estuviera muy escasos de asistencia.
Si nos vamos a años mucho más atrás, deberíamos traer a la memoria que fue en un Carnaval donde asesinaron a un Gobernador de Sinaloa en 1944.
Por supuesto son hechos que no quisiéramos ni recordar, pero que el contexto actual nos trae al presente.
Las amenazas a artistas, sobre todo de los conocidos como gruperos o norteños o banda, no son algo nuevo en nuestro País. El punto álgido en esta ocasión es que se cruzó con la marca Carnaval de Mazatlán, y eso, aunque haya sido en otro estado la amenaza, trae afectación a la fiesta.
Y no tanto a la asistencia, sino a la imagen. Y la imagen deriva en afectación a la economía, por supuesto.
La fiesta inició, por fortuna todo bien en el arranque y en los ajustes al elenco, pero no podemos dejar sino de entristecernos que dos mundos se crucen en nuestro estado: el de la inseguridad y violencia con el del Carnaval y la fiesta.
El compromiso de las autoridades, de garantizar un Carnaval seguro, lo tomamos y lo aceptamos... exigimos que se cumpla.