No es gratuito que el actor Will Smith esté pensando en buscar la Presidencia de Estados Unidos, no trae la exclusiva ni es el primer personaje relacionado con el mundo del “show business” que lo intenta.
Y México es solo un reflejo de lo que sucede en Estados Unidos y en el resto del mundo, donde la política se ha convertido en un escenario, donde los actores, cantantes o cualquier famoso se siente capaz de dirigir la administración pública, después de todo se trata solo de conseguir el apoyo ciudadano, algo que ya consiguieron con su trabajo.
Las razones por las que esto sucede son complejas, pero al mismo tiempo simples, la primera de ellas es la masificación de la cultura popular, donde los artistas están alcanzando una notoriedad que nunca habían alcanzado en el pasado.
La otra, quizá la más triste, es el hartazgo de la población, provocado por el fracaso de la clase política en resolver sus problemas y no solo por eso, por el cinismo con el que se enriquecen y violan las reglas que deberían estar defendiendo.
Basta con ver la cantidad de gobernadores mexicanos que se encuentran en la cárcel o que son investigados por corrupción y ligas con el crimen organizado.
Los políticos han llegado al umbral del descrédito total, no hay una clase política respetada, ni que cuente con la confianza absoluta en el pueblo, por lo menos no en México, donde la izquierda agota el último boleto de credibilidad que quedaba emanado de las urnas.
El problema es que los famosos tampoco son garantía de nada, salvo de circo y escándalos, y para mejor ejemplo ahí está el estadounidense Donald Trump, el millonario que pensó que rescataría a un país y sólo consiguió dejar un reguero de problemas.
La política debería dejar de ser el botín de los famosos y de los aventureros y debería de ciudadanizarse y profesionalizarse.
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