Ningún ciudadano debería de sentirse inseguro en las calles de su ciudad, mucho menos en su casa, el último reducto de tranquilidad que le queda a un ser humano, sin embargo, la seguridad en México se ha ido degradando al ritmo de las balas que sacuden nuestra realidad.
México se ha convertido en un país peligroso, primero fue para los periodistas, después para los policías, ahora la inseguridad no respeta profesión, edad, sexo o condición social, todos somos posibles víctimas de algo o de alguien.
Es más, ya ni siquiera la distancia protege a una persona, basta un teléfono cerca para que su tranquilidad se vea amenazada.
El rosario de peligros es tan extenso en nuestro País, que se podrían escribir enciclopedias completas de los horrores que provoca la inseguridad en nuestras calles, ya sean urbanas o rurales, no existe un solo sitio en México donde no reine el hampa.
Antes la violencia estaba recluida en los barrios marginales de las grandes ciudades, después el grueso de la violencia se trasladó a las zonas rurales más apartadas, pero hoy no hay sitio seguro, hemos perdido el territorio nacional, nos lo han arrebatado.
Nuestros gobiernos, cuya principal ocupación es la de garantizarnos la seguridad, han fallado, pero ninguno se siente responsable de nada, cuando no culpan a sus antecesores, culpan a la ciudadanía, pero nadie se siente culpable ni obligado a resolver el desastre de inseguridad en que nos hemos convertido.
El gran problema es que ahora, los mismos funcionarios se han convertido en víctimas de la violencia, pero ni siquiera eso ha provocado una reacción ejemplar para intentar solucionar el problema .
La violencia se ha convertido en una realidad cotidiana que ya nadie intenta resolver, como si fuera una plaga o un castigo divino. ¡Que alguien resuelva este desastre!
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