Es obvio que la situación en Culiacán, con respecto al primer semestre del año pasado, ha cambiado tanto que entre las cosas más surreales que hoy ya no vemos son esos enjambres de motociclistas con radio que se observaban detrás de los convoyes de la Marina, la Guardia Nacional o la Policía Estatal Preventiva.
Pero no los vemos ya porque hay una guerra intestina del Cártel de Sinaloa que los puso como los primeros blancos de los grupos antagónicos para atacar.
El tema vuelve a tomar relevancia porque, como casi siempre, a nuestros legisladores sólo les tomó 12 años definir una ley que se pueda aplicar y castigar a los llamados halcones o punteros.
La razón es simple, porque estos individuos, casi siempre menores de edad encaramados en una moto y con un radio de onda corta, son los personajes que vigilan ciertos territorios y avisan a sus patrones sobre cualquier actividad inusual o presencia de fuerzas del orden.
Su principal delito es la organización delictuosa, la complicidad y la facilidad con que pueden ayudar a poner en peligro a los agentes de la Policía o efectivos de la milicia.
Hoy en día sólo hay un joven acusado de estas acciones criminales, detenido recientemente, cuando ya no es tan fácil verlos en las calles.
El castigo, como muchas acciones legislativas, parece haber llegado tarde.
